Elkin Bolaño-Vásquez
Fundación BAT Colombia
En la época del exceso audiovisual la palabra escrita
ofrece la pausa que se necesita para que una idea sea matizada por la
consciencia porque su lectura generalmente está acompañada por el silencio o,
al menos, de oídos que han aprendido a aislarse de la distracción ambiental para
escuchar lo que sus ojos pronuncian. Algo similar ofrece una imagen creada con
líneas, texturas y pinceladas cargadas de intensiones que buscan decodificar la
vida o volúmenes creados por manos que sustraen o moldean materias que sólo
necesitan el soplo divino a vivir.
Palabra escrita, imagen matérica y volúmenes modelados
son invitaciones para tomar pausas reflexivas que encuentran en el silencio un
tipo de conocimiento que no se preocupa por acumular respuestas, sino que
aprende a vivir con preguntas inspiradoras. En este tipo de conocimiento el
arte encuentra una simbiosis particular con la vida porque su resultado no es
consecuencia de una idea racionalizada de un artista o de una causa externa y
social, sino que se expresa como causa de divagaciones y conversaciones que no
hacen parte de las rutinas de pensamiento pues, al fin y al cabo, el arte
además de ofrecer una experiencia intuitiva también ofrece narrativas acordes a
las circunstancias de cada espectador. De esta manera, la simbiosis mencionada no
opera sobre lo que se sabe o por la repetición de respuestas, sino que se
activa en la pregunta inesperada que tanto el artista como el espectador se
atreven a formular.
Así mismo, dicho conocimiento no debe considerarse mera
información, sino un producto que se usa como herramienta para visualizar
puertas, para proyectar ventanas sobre los muros que se alzan como consecuencia
de estados emocionales negativos, al tiempo que tiene la capacidad de detenerse
para reconectarse con su convicción y entusiasmo. En este contexto, el lenguaje
artístico es un proceso que entierra sus raíces en una subjetividad que, como
la tierra, canaliza y transmuta toda materia, estímulo e información en abono
que alimenta la belleza de las flores y retribuye al mundo frutos con alto
valor nutricio. Es decir, es un lenguaje que, enraizado, permite decodificar
los modelos de normalización para abrirse paso a través de la estandarización
para atraer la atención hacia significados transversales que ayuden a construir
nuevas narrativas en beneficio de una vida enriquecida por la intuición y la
imaginación consciente.
La decodificación resultante del lenguaje artístico
también se explica como una forma de reducción de la entropía que se crea por el
exceso de estímulos que deriva de la estandarización que emite las innumerables
formas en que sus elementos invisibles pueden organizarse y que cuyo esquema
ordenador es una ilusión estadística. De este modo, una obra se convierte en un
patrón de interferencia emocional, físico y metal que en su esencia es un caos
cognitivo que ha encontrado un equilibrio improbable. Equilibrio que bien puede
considerarse una belleza inesperada que se reconoce como un orden preexistente implícito
en la entropía, pero que no es captable como información racional, sino que se
percibe como un acontecimiento de la experiencia, como un estado que alcanza la
consciencia, como una sensación subjetiva que completa su propia simetría al
proyectar en la obra algún contenido del inconsciente.
Simetría que puede describirse como un reflejo
materializado de la conexión del inconsciente con el instante presente. Simetría
que no aspira a respuestas, sino a cuestionar el aparente orden que tiende a
contaminar la vida, siendo la normalidad una válvula de escape. Según lo
anterior, cuando el arte se nutre de los potenciales de la intuición y la
imaginación consciente para alcanzar la simetría en lo que se siente y lo que
se espera encontrar afuera, en el mundo social, implica aprovechar al arte como
mecanismo para reducir la entropía y construir simetría entre la vida
psicológica y racional y las exigencias sociales.
Entre la entropía y la simetría el arte invita a preguntarle al misterio porque con ello se reconoce la importancia de la incertidumbre que se convierte en una forma de observar el mundo según las preguntas que se hacen y no sólo en las respuestas que se formulan. Y es que la relaciones entre la entropía y la simetría matizadas por el arte no se explican por conceptos, sino que se acompañan con sentimientos disímiles que permiten experimentar nuevas aristas de la realidad que se suman en el camino a su completud.
