jueves, 2 de noviembre de 2023

PENSAR LA AUSENCIA

 Conclusiones del curso Arte para la paz 



Por: Elkin Bolaño Vásquez 

Coordinador educativo, Fundación BAT

 

Iniciamos el recorrido de este curso pensando en la posibilidad de retomar una función invaluable que, en el arte, con sus transformaciones históricas, se ha desvirtuado. El potencial de ser testigo y testimonio de los acontecimientos, luchas y transformaciones ha ido perdiendo terreno con ejercicios conceptuales, argumentativos y especulativos que cada vez están más lejos de los hechos, distanciándose de la alternativa de crear mundos posibles, incluso distópicos, al sinsabor de describir mundos inoperantes, sin ningún tipo de experiencia humana o sensible, para instalarse en una suerte de veredicto hiperracional 


Por supuesto, la idea de la pérdida de valor que ha sufrido el arte como testigo y testimonio se relaciona directamente con aquel segmento del arte que alcanza las primeras planas y los titulares de los medios de comunicación corporativos, como si ello interesara a las mayorías demográficas, cuando en realidad es una apuesta de prestigio elitista, con mensajes encriptados para mostrar los alcances presuntuosos del dinero. En esta confrontación encontramos el primer elemento diferenciador del arte popular, porque no puede acceder a las ingentes sumas de dinero para alcanzar las instituciones y las pantallas en el plano internacional. 


Posteriormente nos pusimos en la tarea de identificar las características de habitar el arte y para ello resultó de vital importancia, reconocer procesos creativos en las comunidades, especialmente las que han hecho inmensos esfuerzos para hacer audibles sus voces, hacer visibles sus rostros y cicatrices, pero especialmente, hacer comprensible el sistema de injusticias y deshumanización que han padecido. En este caso, la experimentación directa, la escucha atenta de las voces silenciadas permite habitar el arte, no como un asunto artístico, sino como una experiencia transformadora que, además de la empatía que pueda surgir, pretende el encuentro de metáforas que insinúen aquello que aún las voces audibles no saben decir.  


Aspirar a la renovación del arte como testigo y testimonio e identificar las características de habitar el arte, fueron preámbulo para pensar la ausencia, lo que terminó por abrir un portal con muchos matices, al punto, que algunos parecían contradecir su significado original, pero que tras la mirada atenta y la escucha reflexiva aparecían puntos de inflexión que hacían de la ausencia un estado por el que hemos transitado sin siquiera habernos percatado. 


Más adelante nos adentramos en una tarea aún más retadora, la de identificar características con las cuales se pueda representar la ausencia en una versión valiente. Características entre las que gravitaban, de distinta manera, las complejidades de la movilidad cultural y las paradojas de la resiliencia. La movilidad cultural parece estar relacionada, en el caso colombiano, con el desplazamiento. Sin embargo, desde las lógicas de la globalización esa movilidad no solo pone en una tensa situación a los pobres y subalternos, sino a las sociedades ricas que han hecho expoliación y construido sus estilos de vida a la sazón de la creación de pobreza.  


En la actualidad los países ricos viven el envejecimiento de sus habitantes y la población en edad productiva ya no alcanzar a satisfacer las necesidades y opulencias. La mano de obra barata de los países saqueados no hace ninguna diferencia porque lo que necesitan son empleados calificados, con experticia técnica, que sostengan el funcionamiento de los hábitats de los países del norte, pero el problema es que tales empleados se han formado con idiosincrasias, costumbres y rituales que parecen poco compatibles con la idea de alta cultura en la que viven tales países. Con estos rasgos básicos podemos concluir que las tensiones políticas y económicas de los países ricos no podrían ser subsanables sino se considera el sincretismo cultural como una consecuencia inaplazable, lo que implica una recombinación, actualización y transformación de sistemas simbólicos que a la alta cultura le resulta imposible imaginar. 


La resiliencia es el otro elemento que invita a considerar la ausencia valiente, sin ignorar sus propias discrepancias. ¿Es un acto de valentía, huir? ¿abrigarse en el silencio? ¿renunciar sin luchar? ¿transitar para desarraigarse? No hay ninguna posibilidad de resiliencia si la vida se vive solo para actuar según aquellas convicciones que tienen como objetivo destruir la vida. Este es el nudo rizomático que se ata y se desata entre la movilidad cultural y la resiliencia. Lo que parece evidente es en realidad sólo la punta del iceberg porque las opciones para solucionar las fragilidades resultantes de la globalización y las tragedias a las que debe sobreponerse la resiliencia no se encuentran debajo de la farola de la colonización del saber, sino en la otra acera, donde las sombras desfiguran inteligencias, sistemas simbólicos y procesos creativos que bien pueden reconocerse en el arte que hace de la poesía un asunto épico.


Preguntarse por las posibilidades de representación de la ausencia es iluminar las sombras que han sido oscurecidas por el tratamiento sistemático de expoliación de unos pocos privilegiados hacia las multitudes de subalternos. En consecuencia, el ejercicio de descifrar la ausencia no es otra cosa que mirar los detalles de caracterizan los dos lados del camino y ponerlos en relación como un ejercicio de sinergia de saberes.