martes, 5 de marzo de 2024

EL ARTE COMO PRODUCTO SOCIAL

 

Elkin Bolaño Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT


La deriva cultural que se ha diseminado a partir de las dinámicas de la posmodernidad ha expandido los parámetros de producción, interpretación y participación de las prácticas artísticas, reduciendo sustancialmente la posibilidad de un relato integrador. Situación que no es negativa, en sí misma, si se tiene en cuenta las particularidades de un país como Colombia que necesita desplegar forma de reconstrucción histórica y donde las estrategias del arte pueden hacer aportes significativos. 


Dicha expansión se explica desde los distintos enfoques que han tomado los nuevos planteamientos teóricos y que han desplazado la centralidad de las obras y los artistas a aspectos relacionados con las circunstancias sociales que los coadyuban en sus posibilidades de materialización. Dentro de las alternativas vigentes el enfoque más reiterado es el proceso creativo que influye en las dinámicas sociales.


La creatividad ya no es concebida como un aspecto exclusivo de la producción del arte, sino que ahora es reconocida como el proceso cognitivo fundamental que permite que las complejidades humanas, tanto individuales como colectivas, logren encontrar modos de expresión y materialización, destacándose de entre ellas empresarios y científicos que han alcanzado su esplendor gracias a las innovaciones tecnológicas. De hecho, existen producciones artísticas institucionalizadas cuyo potencial creativo se desplaza desde los artistas a los curadores, los promotores y los comunicadores porque deben plantear estrategias de posicionamiento que pocas veces consideran valores propiamente artísticos. 


Otros enfoques dependen del poder del capital y su margen de influencia para formalizar mercados y consumos que convierten al arte en un producto social que compite con el entretenimiento y el espectáculo, presionando el surgimiento de nuevos parámetros para la institucionalización de prácticas que no son claramente artísticas o que no han tenido esa vocación en su proceso de producción, lo que termina por repercutir en la formulación de nuevas estrategias de difusión y valoración. 


Estos enfoques suponen la superación de los márgenes de comprensión que han reservado al arte un espectro de saberes que se conectan con algún tipo de trascendentalidad, lo que dificultaba su asimilación o discusión por parte de la vida consuetudinaria, dejando atrás aquella idea idealista, mística o sobrenatural a la que en ocasiones se recurre porque no se encuentran otras formas de justificación. Desde entonces, buena parte de lo analizado por la actividad teórica ya no se limita a las obras de arte, sino que se extiende a productos sociales que, al apropiarse de estrategias artísticas, ofrecen a los consumidores experiencias estéticas efímeras propias del disfrute, creando una tensión entre la afectación estética, semántica y reflexiva, con la percepción sensible. Por ello, persiste una confusión entre la proliferación de alternativas para alcanzar el goce estético como resultado de la estetización de la vida y la apreciación estética que demanda un conocimiento previo de las prácticas artísticas porque permiten valorar, cuestionar o justificar los alcances semánticos y estéticos del arte. 


La investigación sobre el arte ya no se ciñe al análisis de las obras, sino al modo como se relacionan con el medio social. En consecuencia, los valores estéticos atribuibles a las obras ya no son resultado de las discrepancias sociales o emocionales que hacen visibles, sino que son valores que ya hacen parte de las dinámicas sociales y que se fortalecen por su institucionalización. Por supuesto, ello no descarta la permanente voluntad artística de experimentación de materiales y renovación de temáticas que obligan al planteamiento de nuevos postulados de explicación. No obstante, este sigue siendo un segmento de análisis que es propio de especialistas y que escasamente llega a grupos más amplios de la sociedad, haciendo que las obras sean productos sociales que se adaptan a las justificaciones que platean cada contexto de interacción, convirtiéndolas en objetos de especulación narrativa porque se ignora su proceso de producción. 


Las disgregaciones de los nuevos enfoques de observación del arte han asumido aspectos propios y ajenos de las obras, y que derivan de las posturas ambivalentes de la posmodernidad, permiten que el arte pueda desplazarse de los templos de cristal en los que se han convertido sus instituciones a terrenos donde puedan ejercer la función de bienes culturales comunes, diferenciados de bienes culturales elitistas, con los que se sientan convocadas las mayorías ciudadanas para debatir y reflexionar sobre temas invisibilizados que deambulan en silencio. En Colombia, la posibilidad de asumir el arte como un producto social permite retomar la capacidad testimonial del arte para introducir alternativas de reconstrucción y comprensión de nuestras paradojas históricas. 

 





miércoles, 7 de febrero de 2024

ARTE POPULAR Y DECOLONIALIDAD

Por: Elkin Bolaño Vásquez 

Coordinador educativo, Fundación BAT 

Bautizar al arte con el apellido Popular puede ser una atribución innecesaria para muchos entendidos. Sin embargo, mantener la idea de un Arte (con mayúscula) que contenga todas las expresiones existentes y por existir es desconocer que las instituciones que lo resguardan, lo consolidan y lo promueven tienen criterios que marginan a personas con capacidades artísticas que están difuminadas por fuera de sus esferas de influencia. Con la experiencia del Salón BAT el apellido Popular dignifica el trabajo de miles de hacedores y hacedoras que, con habilidades, conocimientos técnicos y experiencia en la transformación de materiales, patinan en un limbo porque generalmente no tienen acceso a ese tipo de información que los ayude a justificar el resultado de sus trabajos como arte. 

Cuando me refiero a la dignificación que puede ofrecer el concepto arte a lo popular, es porque estoy pensando que el apellido popular también ofrece al arte un potencial que no le es obligatorio. Hablar de una versión popular del arte es considerar una actitud decolonial, porque es una versión que se mueve por fuera de los circuitos que patrocinan las élites. En este contexto es importante recordar la existencia de una versión de arte contemporáneo, privilegiado por las élites, que es ajeno a las mayorías demográficas por lo que el arte popular puede considerarse una alternativa en la creación de referentes comunes en donde las comunidades, más disímiles, se sientan identificadas.  

 Debido a que lo popular no concibe restricciones al momento de apropiarse de lo foráneo, para acomodarlo a sus necesidades y deseos, crea subjetividades que se adaptan creativamente a las exigencias de lo distinto. En este caso, el arte popular, además de tener una fuerte vinculación con la vida comunitaria, tanto en sus solidaridades como en sus enemistades, también tiene un carácter testimonial y creativo que intenta articulaciones entre lo nuevo y lo tradicional por lo que no resulta vano ni pretencioso reconocer en esta versión una actitud decolonial. 

La cultura popular y el arte popular realizan un ejercicio de atestiguamiento de las dinámicas sociales, culturales y simbólicas sin requerir una justificación teórica porque la vida acontece, ilusiona y duele independiente de los filtros conceptuales. Esto quiere decir que su atestiguamiento sugiere una actitud decolonial, aunque sea de carácter intuitivo. No hay un principio de autoridad, más allá de la consumación recurrente de los hechos representados. Esto supone, más allá de las indagaciones de los artistas, que el arte popular no está sustraído por una convicción particular que pretenda conocer profundamente lo que representa, sino que su vitalidad se reconoce por el registro de los acontecimientos e ideas generales de su entorno que, al estar matizados por sentimientos dispares, pueden alcanzar algún tipo de trascendencia. Acontecimientos e ideas que dejan de ser objeto de representación para convertirlos en sujetos que estimulan diversas narrativas. 

Para el arte popular el atestiguamiento no es una tarea contemplativa, es más bien una forma de implicarse en distintos modos de otorgar sentido a lo íntimo, a aquello que permite dar significado a lo vivido. Así que en las imágenes producidas por el arte popular se identifica un potencial relator porque favorece el surgimiento de conversaciones sin prejuicios, momento culmen de la convivencia social. De este modo, el arte popular, no sólo es la obra como resultado, sino que también puede reconocerse en las respuestas creativas que manifiestan las comunidades entre las solidaridades y las penurias que acompañan la vida. Aquí donde se cifra la posibilidad de un arte decolonial porque no implica que sus resultados sean obras de arte, sino también procesos testimoniales y creativos que ayudan a resignificar y apropiar distintas formas narrativas para hacer visible lo que no es evidente para la mayoría. 

Un ejemplo de ello lo encontramos en las dinámicas de lucha, solidaridad y creatividad en Puerto Resistencia, ese enclave comunitario de Cali que tuvo reconocimiento nacional por sus modos de participación en las protestas del 2021 y que terminó con la construcción de un monumento que permite arraigar con mayor profundidad a esa comunidad, además de recordar permanentemente la importancia de la cooperación a la hora de reivindicar la vida de quienes han permanecido al margen de los intereses del poder. 

En este sentido, hablar de un arte popular que tiene señales para entenderse como un arte decolonial, tiene que ver con aquella capacidad de jugar en una suerte de sincretismo reivindicativo que no se limita en apropiarse de lo que sea necesario, ajustarlo a las necesidades y tranzar creativamente nuevas posibilidades. De este modo, la dignificación que puede ofrecer el arte a lo popular adquiere mayor preponderancia cuando el arte se convierte en un bien cultural común porque se produce según la apropiación de referentes que son reconocidos por las mayorías demográficas.