martes, 5 de septiembre de 2023

HABITAR EL ARTE


Por: Elkin Bolaño Vásquez 

Coordinador educativo. Fundación BAT 


    Habitar, según explica Heidegger, más que el espacio con el que se relaciona permanentemente una persona es un modo de construir, cuidar y abrigar experiencias, porque son las que otorgan sentido a lo íntimo, a aquello que permite dar significado a lo vivido. Esto implica que el espacio no es una categoría simbólica preexistente como lo sugiere Kant al reafirmar lo que la percepción de lo físico ofrece: resulta imposible imaginar objetos sin espacio, al mismo tiempo que es habitual pensar en el espacio vacío. 

 

    Habitar depende de estados de ánimos que tienen la posibilidad de tomar caminos alternos según las circunstancias. Por un lado, está la opción de que el estado de ánimo viva el presente físico del cuerpo que lo siente, es decir, la percepción emocional de la persona experimenta la situación material que la rodea, asumiendo acciones que se adecuan a tal o cual vivencia. Por el otro lado, está la alternativa de que la construcción emocional esté ausente de los estímulos del presente por lo que la razón y los sentimientos están psicológicamente ubicados en una situación mental que no puede articularse con la circunstancia material. 

 

    En ambos casos, la predisposición para habitar depende de construcciones semánticas que configuren sus propios espacios de expresión. Dicha predisposición le permitió al arte salir de lógica de los objetos que ocupan espacio, como las esculturas y que también es reconocible en el espacio del cuadro, tanto del arte representativo como del abstracto y simbólico porque pueden aparecer objetos o ausencia de ellos.  

 

        Con la aparición de la instalación como técnica artística se introduce un cambio paradigmático en la manera de realizar y comprender arte, pues hasta ese momento los espacios bidimensional y tridimensional estaban limitados a superficies planas o a piezas escultóricas. Con la instalación el espacio deja de ser un contenedor donde se localiza todo lo tangible y a través de él el mundo de los objetos adquiere sus infinitos significados. Con este nuevo paradigma el espectador es un potencial habitante del arte debido a sus características simbólica, metafórica, transestética (Baudrillard) y transemiótica (Juan Acha) 

 

    En tal sentido, el espectador puede experimentar paralelamente la configuración espacial de la pieza artística y adecuarse a ella, al tiempo que se puede ausentarse cognitivamente por la necesidad de una elaboración semántica que otorgue sentido a la experiencia. En consecuencia, el artista-instalador entiende que su trabajo depende de una apropiación de recursos simbólicos que según su disposición propone líneas de fuga para que el espectador asuma el compromiso de sumar contenidos semánticos. 

 

    Compromiso que explica Javier Maderuelo en su texto El espacio raptado, donde el emplazamiento de la obra tridimensional se desplaza a terrenos donde confronta a la arquitectura y el espacio público, de tal manera que la ocupación de espacio se transmutar en lugar semántico y hace que la creación artística in situaspire a una valoración transemiótica,porque el arte vale más por lo que puede decir que por lo que dice. Valoración vital para habitar el arte. 

 

    Si el habitar establecer relaciones con lo que sucede en el exterior, como si la tarea fuera reconocerse en un ambiente más allá de uno mismo, que obliga a salir al encuentro de lo que hay afuera, entonces habitar también lleva a descubrir. Y es aquí donde aparece la vitalidad de sentirse parte de la obra de arte, porque supone una proyección del propio ser en las condiciones semánticas que se pueden construir con la experiencia artística. Es una forma para reconocernos en otras maneras de entender y apropiarnos de ello, haciéndose transferible a la vida cotidiana. 

 

    Habitar el arte termina por ser un compromiso para prestar atención a las distintas formas que los contextos sociales han desarrollado para expresar sus fortalezas y quebrantos, sus éxitos y sufrimientos, y que son susceptibles de matizarse, reconstruirse y refinarse por las apropiaciones semánticas. 

 

    En consecuencia, el artista interesado en esta diversificación del arte ya no se interesa en producir objetos nuevos para la contemplación, ni mucho menos dar cuenta de virtuosismos técnicos, sino que por el contrario se arriesga a ofrecer al espectador la posibilidad de que desarrolle su propia relación, porque la distancia contemplativa desaparece para dar paso a un arte habitable que impulsa el pensamiento contextual. De esta manera los artistas del arte en el espacio intentan condicionar, programar, guiar comportamientos, porque al ser el espectador un habitante de la obra no le queda otra opción que establecer relaciones con los objetos que la componen.