lunes, 7 de marzo de 2022

LA REVOLUCIÓN ESTÉTICA

 

Por: Elkin Bolaño Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT

    Cuando la globalización se fortalece como la operación absoluta de la idea de desarrollo, y el libre mercado como el intercambio inevitable al que la población mundial no se puede resistir, se abrieron posibilidades que desbordaron su control y creó una infinidad de relaciones que afectaron las capacidades sensitiva, cognitiva y comunicativa del ser humano.

    En esta maraña de posibilidades, el arte y la estética gestaron procesos “emancipadores” por medio de las vanguardias artísticas, o al menos esta es la postura que mantienen los estudios especializados del arte. A este respecto Jaques Rancière hilvana de una manera distinta tales procesos. Sostiene que las llamadas “revoluciones artísticas no nacieron de decisiones de ruptura, autonomizando el arte en general y cada arte en particular” (p. 204, 2011), sino que la salida de “lo bello” del reino artístico, llevó al arte a su desmitificación porque se desdibujaron sus fronteras con el no-arte. En tal sentido, las vanguardias artísticas son una consecuencia de una revolución estética y no de postulados artísticos que cambian las formas de ver y entender lo social.

    La revolución estética lleva a lo bello a un anonimato que convierte a cualquier aspecto de la vida en “materia artística”, haciendo del arte un medio de expresión que ya no goza de la trascendentalidad clásica, porque comparte con el no-arte los terrenos del libre mercado. Por tanto, se hace urgente la constitución y consolidación de redes institucionales que funjan como garantes de lo que se puede considerar arte frente al no-arte. Bajo estas circunstancias el arte no es solamente lo que hacen los artistas, es más bien lo que es avalado por los circuitos institucionales. Además, según los enunciados de Rancière, “la multiplicidad de prácticas artísticas demuestra que existe una incertidumbre sobre el fin perseguido” (p. 105, 2013). Porque lo artístico, desmarcado del saber hacer de los artistas (arte contemporáneo), se ha transformado en una práctica social que responsabiliza al espectador, al tiempo que crea un efecto espejo, en el que lo visible del arte no se diferencia de la apariencia del no-arte.

    Esta falta de diferenciación permite a este autor postular una concepción de igualdad que trasciende los presupuestos políticos, para acercarse a una suerte de dignificación de potencialidades de los individuos, al reconocer que entre los miembros de una sociedad y con independencia de los roles que se desarrollen, debe operar una “igualdad de las inteligencias y de la capacidad que tiene cualquiera de hablar y ocuparse de asuntos comunes” (p. 10, 2011), entregando a cada uno la responsabilidad de lo que interpreta, justifica y defiende, pues las opciones de disenso de las posturas individualizadas, hacen que la diferencia y la igualdad se articulen e inspiren.

    Pero para comprender la responsabilidad que se le atribuye al individuo, que para el campo de las artes vendría a ser el espectador, Rancière aclara que dentro de su postura teórica no existe la pretensión de disminuir la influencia que pueda tener lo social en la formación de criterios de comprensión. Sino que, desde el reparto de lo sensible, la sociedad ya no puede ser entendida como una masa homogénea que se mueve según la lógica de determinadas creencias y tradiciones, sino que más bien lo social se ha transformado en espacios donde coinciden heterogeneidades, con las que los acuerdos tácitos pasan a segundos y terceros planos, dando prelación a los disensos, debido a que estos son los que definen los márgenes de relacionamiento.

    El análisis llevado a cabo por Rancière lo lleva a afirmar que la escena artística está suscrita a lo que él denomina el reparto de lo sensible, con el cual los individuos, según sus contextos materiales y cognitivos, gestan “articulaciones entre cosas que pueden percibir, nombrar y pensar” (p. 269, 2011), dando como resultado formas eclécticas de relacionamiento en los distintos grupos sociales. En tal sentido, el arte pierde su sobrevaloración al momento de proponer alternativas interpretativas, pues esta responsabilidad recae sobre los individuos que desarrollan sus propios esquemas de comprensión y con los cuales definen y justifican sus experiencias.

    De esta manera, la revolución estética, atravesada por las potencialidades del arte y alimentada por la articulación e inspiración entre la diferencia y la igualdad, enfatiza que no razones para desviar los asuntos comunes a conocimientos especiales, sino que más bien, se abren espacios para todo tipo de enunciación, donde los oídos del arte se convierte otros instrumentos de escucha.

Si ahora, toda nuestra vida es material para lo artístico

¿Cómo hacemos para diferenciar nuestro arte del no-arte?

 Bibliografía

 

Rancière, J. (2011).  El tiempo de la igualdad. Diálogos sobre política y estética. Barcelona: Herder 

 

González Panizo, J. (2013). Jacques Rancière. Estética y política. España: Eutelequia.