viernes, 2 de agosto de 2024

LAS ARTES PLÁSTICAS ENTRE EL OJO, LA MIRADA Y EL TACTO

 

Por: Elkin Bolaño-Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT

Para adentrarse en esta expresión artística es importante considerar que esta asume el ejercicio de lo visual de diversos modos. El primero de ellos, como proceso germinal no es el que se asigna a los ojos, pues estos intervienen en una etapa posterior. La primera visualización es la que propicia la imaginación, porque produce imágenes mentales que invitan a la creatividad a la apropiación, selección, corrección y ajuste de fragmentos y detalles que se acomoden a sus intereses. Si bien lo visual imaginario es inherente al ser humano, también es cierto que en lo corrido de la historia de nuestra especie se desarrollaron labores que en vez de estimularla la menoscaban hasta el punto de desaparecerla.

Posterior a lo visual imaginario interviene el sentido de la vista, pero en una dualidad que no es perceptible inmediatamente. Por un lado, están los ojos que perciben todo aquello que la luz les permite, causalidad básica que indica que la función del sentido de la vista es percibir todo aquello que es exterior o está en la piel del cuerpo. Por otro lado, está la mirada con un carácter personal, debido a que trasciende la captación de lo exterior al introducir significados que afectan las emociones y las comprensiones, al punto que pueden considerarse las causas fundamentales de nuestro sistema axiológico. Sin embargo, los ojos también se afectan por la mirada porque los entrena para agudizar su función a tal punto que puede afirmarse que la capacidad perceptiva se desarrolla en paralelo con la construcción de la individualidad.

El paralelismo entre la percepción y aquello que nos hace un ser único introduce un enigmático sentido del tacto que potencia las funciones del ojo. Cuando el ojo percibe también explora, al igual que las manos, las texturas, durezas y suavidades de las superficies, de las pieles de los objetos materiales, generando automáticamente un sentimiento. Pero este es un proceso que no es fácil de diferenciar en la vida común. Debido a que el ojo tiene su propia escala de agudezas y torpezas que le permite justificar sus valores, por el paralelismo antes mencionado, tiene el impulso de querer tocar lo que su torpeza no identifica para darle sentido y coherencia con las intenciones y ánimos del momento.

Lo anterior explica que las artes plásticas, tanto en su creación como en su percepción invitan a un encuentro tripartito porque mientras que el ojo acaricia la piel de lo que percibe, siente la maleabilidad y sutilezas de la transformación matérica y se pregunta por la pericia táctil, mientras imagina, sueña, conjetura y crea su propia historia, a través de la mirada personal. Este enlace de tres procesos, ojo, ojo-tacto y tacto-mirada, se abre y se cierra en el mismo punto, muy cercano a lo descrito por la acción autopoiética de los organismos vivos. Una célula respira, digiere y excreta. Con la respiración mantiene las dinámicas internas, con la digestión escoge lo que necesita del ambiente exterior y con la excreción elimina lo que no es útil o devuelve al exterior algo que puede ser útil a otro organismo. 

En una relación similar con lo visual imaginario, y que también podemos llamar ojo personal, se reconoce el automatismo de la respiración; la relación ojo-tacto actúa conforme a la digestión y la dualidad tacto-mirada evoca a la excreción porque entrega a su mundo social y cultural sus valoraciones frente a la experiencia artística. Pero antes de este último acto, las valoraciones se concretan con la participación de la imaginación, produciendo un resultado lingüístico imaginario.

En tal sentido, el artista plástico va creando formas que el ojo percibe, pero siempre trastocadas por los diversos modos de modulación que se producen en las cuatro dualidades anteriores. Esto quiere decir que las intenciones artísticas de esta persona se sirven de un espontáneo traspasar del sentido visual al sentido del tacto y viceversa, de modo que siempre está en la tarea de transformar las formas inmóviles del imaginario social, para penetrar su superficialidad y mostrar sus otras pieles. Sin el trabajo del ojo la mirada del artista plástico no puede emprender sus ensoñaciones y tras alimentar las evocaciones de su mirada el ojo se convierte en un buscador incansable, característica trascendental de la voluntad artística.