Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo, Fundación BAT
Una de las conclusiones más fuertes que se sustrae del proceso de largo
aliento en el que se han empeñado los artistas que participar permanente en las
convocatorias del Salón BAT de arte popular, es la importancia e influencia que
ejercen sus territorios a la hora de explorar creativamente las temáticas
propuestas, para cada versión, por parte de la Fundación BAT.
Bicentenario de la Independencia,
Identidad regional, Colombia pluriétnica y multicultural, y Lo popular
entre lo rural y lo urbano son temas que tienen como raíz central la
necesidad de pensar el país de una manera diferente a las informaciones que
circulan en los medios de comunicación, a las ideas que se analizan en los
currículos académicos o a las opiniones que se escuchan en las calles. La idea
de territorio abarca mucho más que el espacio geográfico y entra en
consideración la relación de saberes que lo identifican y sus necesidades de
actualización según la exigencias y contingencias que aparecen día tras día.
Una cosa es habitar el territorio como lugar de encuentro y acontecimiento y
otra es lo que se experimenta estética y emocionalmente según las creencias y
significados que dan soporte a la existencia.
Por ello, pensar el territorio a través del arte invita a salir de los preceptos
culturales y espaciales para atreverse a ver las sincronías y
disfuncionalidades que surgen en las relaciones con otras lógicas
territoriales. Aquí hablamos del campo y la ciudad, y de las consecuencias
particulares que se han creado en torno al conflicto armado en Colombia y que
aún, después del acuerdo de paz, siguen sin soluciones concretas. Generalmente
los artistas se interesan en mostrar las consecuencias porque son más palpables
y pueden ser registradas y reconocidas en la obra de arte, pues sus causas son
tan complejas y etéreas que es muy difícil pensar en imágenes que las sinteticen.
También hablamos de los procesos que se han generado por la globalización y
la apertura a todo lo que sucede a escala planetaria. La avalancha de
conocimientos, informaciones y creencias, sin descuidar motivaciones, deseos y
esperanzas de culturas y sociedades asentadas en territorios distantes y casi
inalcanzables, también se filtran, sin darnos cuenta, en las obras de arte que
parecen autóctonas de algún territorio particular del país. Parece que es cada
vez es menos probable que el arte se refiera al terruño del artista, sin que exista
alguna versión foránea que influya en la interpretación algún aspecto en
particular. Pensemos, por ejemplo, la aparición de las chaquiras en el proceso
artesanal de las comunidades indígenas del Putumayo.
Recordemos la abrumadora historia del narcotráfico y el despojó de tierras
que implicó y su similitud al proceso de colonización que padecieron los
muiscas con la llegada de los españoles en la obra Balsa precolombina, de Jaime Martínez. Observemos el Chinkungunya metálico, de César Giraldo
y su clara relación con las epidemias trasnacionales como la que se vive hoy,
el coronavirus. Analicemos el sincretismo de ¡Yo sigo reinando!, obra de Nohora González. Empaticemos con la
profunda tristeza que trasmite la talla en madera de Pablo Córdoba, Ya lo malo pasó. Disfrutemos con el
agudo humor de la experiencia globalizadora de Paisanos Now, de Daniela Varcárcel y, busquemos información sobre
las profundas consecuencias que acompañan a la industria multinacional de
alimentos, que nos sugieren las papas Pringles en la obra de Giovanny Pinto, llamada El imaginario, la brecha.
Las obras mencionadas y otras más nos hablan de territorios fértiles más allá de la agricultura, pues las lógicas de la identidad y los patrimonios culturales están siendo expuestas a infinitas novedades que suscitan reacciones protectoras. La novedad exige herramientas de comprensión que probablemente no existen en las comunidades. Otro es el entramado de nuevos valores que aparecen y que se aceptan de manera acrítica. Valores como la productividad, la competitividad y la estandarización se presentan como los grandes redentores de las comunidades tradicionales ¿acaso no existía una economía basada en el trabajo y el intercambio que mantenía el equilibrio entre los territorios? ¿para qué competir si se logran mayores cosas con la dinámica solidaria? ¿por qué tenemos que ser iguales, si en nuestras diferencias es donde se sustenta la riqueza cultural de los pueblos? Todas estas son versiones de lo que trasmite el arte, pues sus claves representativas y simbólicas permiten abordar este tipo de complejidades y que cada vez son más recurrentes en los territorios.
¿QUÉ TIPO DE SINCRONÍAS Y DISCONTINUIDADES
PERCIBES EN LAS OBRAS PRESENTADAS EN EL SALÓN BAT?
Comentario de Hernándo Zambrano:
ResponderBorrarCon el concurso BAT de arte ayuda a mantener la cultura y la identidad de los pueblos
Con esta filosofía,el concurso del BAT, cada vez mas snob,alienado,y pervertido, con ese consumismo y mercantilismo que todo lo mira a través del dinero, la productividad y la eficiencia y según un modelo de desarrollo que se nos ha impuesto, vemos como cada vez mas se socava la identidad cultural de los colombianos, sus valores éticos y estéticos, su patrimonio cultural y su memoria histórica.
BorrarBien por el concurso del salon BAT que ayuda a que respetemos y queramos nuestras costumbres autoctonas, y que la actual sociedad la ve con ojos no muy amables
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