martes, 4 de abril de 2023

DEL DELIRIO CULTURAL A LA ILUSIÓN ARTÍSTICA

 

Por: Elkin Bolaño Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT

   La historia de la especie humana está relatada según los desenlaces en los campos de batalla que, a partir del dominio y la destrucción, configuraron imaginarios, mitos y creencias que estimulan las fibras más sensibles. Aquellas que hacen que los pueblos y personas desarrollen determinados placeres, expectativas y disputas.

 En Colombia los campos de batalla trascienden todos los límites temporales y de deshumanización, creando actitudes bizarras que permiten que sea posible que los que han sufrido directamente los horrores de la guerra no se les reconozca su derecho a llevar una vida sin la violencia que se produce por la confrontación de grupos armados, cuando gana el NO en el plebiscito de 2016, o que un par de hermanos se conviertan en enemigos a muerte porque uno decide calzar las botas de caucho de la ideología subversiva, mientras el otro prefiere la legitimidad que provee el Ejército Nacional, trama central de la película La primera noche o que los niños tengan que crecer huérfanos, jugar en campos minados y no asistir al colegio porque ha sido convertido campamento militar, como relata la película Los colores de la montaña.

    En una historia como la de Colombia la peste del olvido, decretada por García Márquez, superó todo artilugio literario para convertirse en una justificación que sirve de válvula de escape que ayuda a encontrar distintas formas de equilibrio de la vida cotidiana. Ejemplo de ello serían los Alabaos porque al mismo tiempo que es una expresión poética que le canta al dolor mientras se baila para exorcizar la pesadumbre de la comunidad, se siente un regocijo que se transforma en sosiego, en momento que calma la tristeza por la pérdida. Es probable que en esta poética delirante y amorosa se pueda encontrar una explicación del por qué un colombiano puede reírse a carcajadas mientras está en un sepelio.

  Hoy La peste del olvido debe ser reemplazada por una Épica de la paz, como la describe el profesor Carlos Satizabal, para construir el gran relato nacional de las víctimas, de los combatientes, de los que dejaron las armas, en otras palabras, de los que les tocó experimentar el olor de la sangre mezclada con pólvora. 

    Construir esa épica ayudará a que el delirio que teje las filigranas de nuestra cultura se deshilvane para tejer una nueva cultura que configure nuevas creencias y rituales, pero especialmente, que permita confeccionar otros mitos fundacionales que superen los de la Guerra Independentista, la Patria Boba, el Frente Nacional, la República de Marquetalia, la Refundación del Estado y el Acuerdo de Ralito, lo quiere decir que debemos sobreponernos la idea de un mito único y unificador y proyectar múltiples mitos que den cuenta de las distintas diversidades con las que convivimos, con sus potenciales divergencias y articulaciones y que al mismo tiempo se entretejan con las indagaciones del teatro, la música, las artes plásticas la fotografía, el cine, la danza y la literatura para crear otro tipo de ilusiones que vayan más allá de las polarizaciones que se sostienen por odios heredados, con causas enrarecidas e imposibles de rastrear.

  La cultura traza márgenes para la comprensión de la realidad. En ella se entrecruzan mitos fundacionales, creencias, rituales sin los cuales no hay posibilidades que exista cohesión social. En este sentido, la cultura es aquella que opera en los procesos simbólicos que producen cierto tipo de expresión folclórica, festividades y patronos, música y formas de hablar, lo que hace que se repliquen automáticamente maneras de actuar en el mundo y, por tanto, formas de enfrentarse a sus vicisitudes. Y al ser el arte parte del desarrollo simbólico humano y construcción metafórica que discute y renueva las dinámicas culturales, tiene una tarea destacada para perfilar la Épica de la paz.

  Todas las manifestaciones artísticas vienen abordando la complejidad de nuestro delirio cultural abriendo la puerta para la ilusión artística, que es un recurso palpable y vital para construir la Épica de la paz. Y es que las pesquizas que hace el arte muchas veces llevan a los artistas a experimentar momentos peligrosos, donde la metáfora, la ficción y la realidad se entremezclan sin que se puedan diferenciar, exigiendo procesos cognitivos que puedan traducir esas situaciones en piezas artísticas. En consecuencia, para superar el delirio cultural que nos posee debemos dejarnos contagiar por esa épica que, desde hace varias décadas, viene gestando desprevenidamente el mundo de las artes.