jueves, 10 de enero de 2019

MERCADO Y ARTE POPULAR







Elkin Bolaño Vásquez

Fundación BAT

Cuando compró el primer cuadro para engalanar su casa no pensaba en adquirir una pequeña parte de la pureza del alma del artista, ni la materialización de una emoción o de un sueño inédito en la historia de la humanidad. Cuando consideró que era conveniente comprar un cuadro no tuvo entre sus razones el potencial hermenéutico del arte o el reconocimiento del autor, más bien fue un encuentro de diversas particularidades que lo llevaron a esa decisión: su margen de poder adquisitivo, los círculos sociales a los que intenta pertenecer, el reconocimiento de la singularidad de sus gustos, la búsqueda de nuevos tópicos para las conversaciones de sus encuentros sociales.

Cuando definió el precio de su trabajo tuvo en cuenta las tristezas y humillaciones, las noches inagotables, los días y semanas de extenuante trabajo perfeccionando su ejecución, la escasez de comida y las conversaciones estimulantes que se perdió. Precio razonable que compensa todo el sacrificio del pasado. Sin embargo, el encuentro con su primer comprador, con la descripción de gustos que buscan combinaciones con el mobiliario hogareño y con las paredes texturizadas que impulsan nostalgias por épocas pasadas abren ventanas a aspectos ocultos. Si el arte es uno de los aspectos más sublimes de la humanidad ¿por qué se redujo a una función decorativa? ¿acaso el aura sagrada de antaño no trascendió hasta hoy?

En el mundo actual el arte perdió toda posibilidad de sacralidad. Es cada vez menos importante su contenido semántico o su esencia espiritual, sólo es respetable en tanto conserva auras de riqueza. Es el pensamiento científico el que ha asumido el rol de construir nuevas identidades simbólicas porque se presentan en los márgenes de la comprobación, llenando de sentido aquellos vacíos que el arte ha descuidado. En esta limitación la credibilidad funcional[1] adquiere importancia capital pues supone que el mercado para el arte popular puede estar dividido en intereses como el prestigio social, el disfrute estético de la contemplación o la estimulación cognitiva por una novedad creativa.

Pensemos estas tres posibilidades de la credibilidad funcional en un poder adquisitivo moderado, es decir aquel que puede acceder a un crédito para salir de vacaciones con su familia a Miami, Cartagena o el Eje Cafetero o se mantiene al día con todas las innovaciones tecnológicas. ¿Para qué comprar arte si se puede publicar una selfie tomada con un smartphone que recomienda hacer una pausa activa al mismo tiempo que informa que la lavadora terminó el ciclo de lavado? Comprar arte debe servir para algo y no es una decisión que surja por la mera capacidad adquisitiva, sino de influencias externas y especialmente del aprendizaje que estimula la conciencia estética[2].

La credibilidad funcional explica que independiente de los intereses particulares que llevan a la compra de arte son más significativos los roles que se cumplen o se desean cumplir en los círculos sociales en los que se actúa o a los que se aspira a pertenecer. En este nivel socioeconómico el prestigio social juega con la posibilidad de la singularidad del gusto personal: “me gusta porque es diferente y ninguno de los que conozco tiene uno”. Para el caso de la contemplación, que se complementa con lo anterior sin ser dependiente de ello, es una suerte de placer que parece estar anclado a la añoranza y adquiere arte bajo el supuesto de ser la imagen idealizada de tal sentimiento. En el último caso, la compra de arte se decide en la transformación del placer estético en una idea describible y explicable. Aspira a descifrar el esfuerzo artístico del autor y a ampliar su margen semántico de interpretación. El proceso de síntesis creativa es reconocido por el comprador gracias al cultivo de su conciencia estética, por el esfuerzo que ha invertido en esta capacidad sensible e intelectual.

En el mercado del arte popular sus compradores tienen tantas preferencias como las que se perfilan en los mercados de productos y servicios que ofrece la sociedad actual y que se pueden adquirir gracias a las oportunidades sociales, económicas, culturales y educativas en las que se desarrolla cada potencial cliente. Sin embargo, la parte compleja de esta dinámica está en las pretensiones entre los productores de los diversos mercados y los artistas, pues los primeros tienen claro que ofrecen productos y servicios mientras los segundos asumen que incorporan en cada pieza realizada parte de su alma o espíritu lo que justificaría precios elevados.

En todo caso, el mercado pone a disposición todo aquello que se quiera vender amparado en la lógica de que existe un posible comparador. Si un artista considera que incorpora parte de su alma a lo que hace y vende sufrirá una fuerte desilusión porque su comprador no se interesa por este aspecto porque presta atención a circunstancias menos trascendentales. En resumen, una cosa es lo que vende los artistas y otra, muy distinta, es lo que compran los clientes y a ambas las conocemos como arte.

¿POR QUÉ SI UN ARTISTA ALIMENTA SU ARTE CON SU ESPÍRITU, UN COMPRADOR VISUALIZA UN OBJETO DECORATIVO?

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