miércoles, 3 de mayo de 2023

COYUNTURAS DEL ARTE EN LA ACTUALIDAD

 

Por: Elkin Bolaño Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT

     El siglo XXI se identifica insistentemente como una era en la que la humanidad enmascara su cotidianidad con el conocimiento, la información, la innovación y la creatividad. Y digo enmascara porque resulta cada vez más difícil desvincularse de las formas relativas que adquieren conceptos como la verdad o la realidad. Los hechos ya no son verdades, sino situaciones a las que nos aproximamos desde aristas disímiles que dependen del tipo de conocimiento que las intenta explicar. Otro tanto sucede con la posverdad, que cambia de manera deliberada los significados de los acontecimientos. Igual sucede con la realidad porque se necesitan adjetivos para diferenciarlas. 

     Las realidades digital, aumentada, social, mental, económica y política están circunscritas a nichos muy específicos, desde los cuales pueden gestionarse y describirse de manera prolija, sin la obligación de articularse con las otras, pero sin que se puedan desestimar las injerencias entre unas y otras. Y es precisamente en las hendiduras que se abren entre tales nichos y sus afectaciones mutuas donde el arte busca alimentar su impulso productivo o al menos esa es la justificación para autovalorarse como una experiencia sublime. En ese mismo sentido, la información, la innovación y la creatividad se reconocen como fuentes vitales del arte, pero cuando nos preguntamos por el tipo de conocimiento que desarrolla, su explicación no resulta tan obvia, debido a que este es un proceso que se atribuye, casi de manera exclusiva, a la ciencia, porque todo es cuantificable.

     La virtud que tiene el arte para relativizar la verdad o la realidad gozaba de gran prestigio, porque se experimentaba como una válvula de escape que permitía descubrir belleza en situaciones inimaginables. En la época actual esa exclusividad se ha perdido y el arte tiene que competir con el “capitalismo de Silicon Valley” que, como sostiene Heinz Bude en su libro La sociedad del miedo, “está enfocado en transformar todo aspecto de la vida cotidiana en capital productivo, simbólico, social o económico” (p.103). Por ello, surge la confusión de si lo que se necesita para posicionar el arte dentro de las dinámicas sociales es voluntad, virtuosismo, pasión, relacionamiento o la articulación entre todas éstas y en qué proporciones. 

     Como resultado, la capacidad transversal que tiene el arte para articular distintas facetas de la vida humana, sufre un cambio en la manera como es percibida por la sociedad porque se observa como un asunto suntuario que busca satisfacer a museos, galerías y coleccionistas, lo que termina por desdibujar ese potencial articulador y, por tanto, diluir su imagen como productor de bienes simbólicos que puedan ser apropiados por distintos grupos sociales. Esto parece indicar que aquellos artistas cuya producción no responda a las dinámicas del Silicon Valley, se enfrentan a la exclusión de un rango social que, en períodos históricos anteriores, correspondía a su habilidad de renovar significados. Tal situación la define Bude como bienestar precario porque “la situación vital, social y económica actual no satisface una necesidad de prestigio que se considera legítima” (p.68).

     Esto se debe a que tal capitalismo ya no opera sobre la lucha frenética individualista o introspectiva, para el caso de los artistas, sino que “premia la capacidad de asumir la perspectiva de otros” (p.25), para poner los procesos creativos al servicio de la satisfacción de deseos que, al tiempo, se convierten en control de la conducta, lo que afecta directamente las propias expectativas e intenciones. Y la secuela para el arte es que el ejercicio introspectivo que sirve de fuente para el trabajo del artista se traslada hacia afuera donde los miles de reflejos del mundo social se apresuran a moverse entre apariencias, mientras las esencias que impulsan los intereses se ocultan entre velos.

     Esto trae consigo un dilema porque las ramificaciones que surgen por la confluencia entre el conocimiento, la información, la innovación y la creatividad que impulsa la era actual, no son más que significados y prácticas simbólicas que se usan y desaparecen aleatoriamente, lo que termina por transformar los oficios que puedan “garantizar unos ingresos suficientes y una alta estima. Por eso surge la confusión en cuanto a la transmisión de la cultura, el saber y el significado” (p.77), que implica la preocupación por un legado que fracasa en su objetivo por mostrar los procesos y los cimientos desde los cuales construirán las siguientes generaciones.

     Como consecuencia, la actualidad que experimenta el mundo del arte, con sus productores, promotores y analistas, queda atravesada por una sensación de fracaso que ya no compete exclusivamente al ser individual que debe asumir la responsabilidad por sus decisiones, sino por la complejidad de una situación social que se desata con el rápido intercambio entre las tendencias y la obsolescencia, y que la adaptación de las personas no puede seguir su ritmo. En todo caso, cuando hablamos de la actualidad del arte, implícitamente se expresa una preocupación por los cambios de roles que tendrán los artistas que no alcancen a disfrutar de las mieles del éxito que se genera en las intersecciones entre los museos, las galerías y los coleccionistas.