Fundación
BAT
Cuando compró el primer
cuadro para engalanar su casa no pensaba en adquirir una pequeña parte de la
pureza del alma del artista, ni la materialización de una emoción o de un sueño
inédito en la historia de la humanidad. Cuando consideró que era conveniente
comprar un cuadro no tuvo entre sus razones el potencial hermenéutico del arte
o el reconocimiento del autor, más bien fue un encuentro de diversas
particularidades que lo llevaron a esa decisión: su margen de poder
adquisitivo, los círculos sociales a los que intenta pertenecer, el
reconocimiento de la singularidad de sus gustos, la búsqueda de nuevos tópicos
para las conversaciones de sus encuentros sociales.
Cuando definió el precio de
su trabajo tuvo en cuenta las tristezas y humillaciones, las noches
inagotables, los días y semanas de extenuante trabajo perfeccionando su
ejecución, la escasez de comida y las conversaciones estimulantes que se
perdió. Precio razonable que compensa todo el sacrificio del pasado. Sin
embargo, el encuentro con su primer comprador, con la descripción de gustos que
buscan combinaciones con el mobiliario hogareño y con las paredes texturizadas
que impulsan nostalgias por épocas pasadas abren ventanas a aspectos ocultos. Si
el arte es uno de los aspectos más sublimes de la humanidad ¿por qué se redujo
a una función decorativa? ¿acaso el aura sagrada de antaño no trascendió hasta
hoy?
En el mundo actual el arte
perdió toda posibilidad de sacralidad. Es cada vez menos importante su contenido
semántico o su esencia espiritual, sólo es respetable en tanto conserva auras
de riqueza. Es el pensamiento científico el que ha asumido el rol de construir
nuevas identidades simbólicas porque se presentan en los márgenes de la comprobación,
llenando de sentido aquellos vacíos que el arte ha descuidado. En esta
limitación la credibilidad funcional[1]
adquiere importancia capital pues supone que el mercado para el arte popular puede
estar dividido en intereses como el prestigio social, el disfrute estético de la
contemplación o la estimulación cognitiva por una novedad creativa.
Pensemos estas tres
posibilidades de la credibilidad funcional en un poder adquisitivo moderado, es
decir aquel que puede acceder a un crédito para salir de vacaciones con su
familia a Miami, Cartagena o el Eje Cafetero o se mantiene al día con todas las
innovaciones tecnológicas. ¿Para qué comprar arte si se puede publicar una selfie tomada con un smartphone que recomienda hacer una
pausa activa al mismo tiempo que informa que la lavadora terminó el ciclo de
lavado? Comprar arte debe servir para algo y no es una decisión que surja por
la mera capacidad adquisitiva, sino de influencias externas y especialmente del
aprendizaje que estimula la conciencia estética[2].
La credibilidad funcional
explica que independiente de los intereses particulares que llevan a la compra
de arte son más significativos los roles que se cumplen o se desean cumplir en
los círculos sociales en los que se actúa o a los que se aspira a pertenecer. En
este nivel socioeconómico el prestigio social juega con la posibilidad de la
singularidad del gusto personal: “me gusta porque es diferente y ninguno de los
que conozco tiene uno”. Para el caso de la contemplación, que se complementa
con lo anterior sin ser dependiente de ello, es una suerte de placer que parece
estar anclado a la añoranza y adquiere arte bajo el supuesto de ser la imagen
idealizada de tal sentimiento. En el último caso, la compra de arte se decide
en la transformación del placer estético en una idea describible y explicable.
Aspira a descifrar el esfuerzo artístico del autor y a ampliar su margen
semántico de interpretación. El proceso de síntesis creativa es reconocido por
el comprador gracias al cultivo de su conciencia estética, por el esfuerzo que
ha invertido en esta capacidad sensible e intelectual.
En el mercado del arte
popular sus compradores tienen tantas preferencias como las que se perfilan en
los mercados de productos y servicios que ofrece la sociedad actual y que se
pueden adquirir gracias a las oportunidades sociales, económicas, culturales y
educativas en las que se desarrolla cada potencial cliente. Sin embargo, la
parte compleja de esta dinámica está en las pretensiones entre los productores
de los diversos mercados y los artistas, pues los primeros tienen claro que
ofrecen productos y servicios mientras los segundos asumen que incorporan en
cada pieza realizada parte de su alma o espíritu lo que justificaría precios
elevados.
En todo caso, el mercado
pone a disposición todo aquello que se quiera vender amparado en la lógica de que
existe un posible comparador. Si un artista considera que incorpora parte de su
alma a lo que hace y vende sufrirá una fuerte desilusión porque su comprador no
se interesa por este aspecto porque presta atención a circunstancias menos
trascendentales. En resumen, una cosa es lo que vende los artistas y otra, muy
distinta, es lo que compran los clientes y a ambas las conocemos como arte.
¿POR
QUÉ SI UN ARTISTA ALIMENTA SU ARTE CON SU ESPÍRITU, UN COMPRADOR VISUALIZA UN
OBJETO DECORATIVO?
¡TU
OPINIÓN ES IMPORTANTE!
[1] Para ampliación de este concepto
consultar: https://forobatartepopular.blogspot.com/2018/07/arte-y-credibilidad-funcional.html
[2] Explicación sobre esta noción se
encuentra en: https://forobatartepopular.blogspot.com/2017/08/la-consciencia-estetica.html