Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo. Fundación BAT
Con la aparición
de la instalación como técnica artística se percibe un cambio paradigmático en
la manera de realizar y comprender arte, pues hasta ese momento los espacios bidimensional
y tridimensional estaban limitados a superficies planas o a piezas escultóricas.
Con la instalación el espacio deja de ser un contenedor donde se localiza todo
lo tangible y a través de él el mundo de los objetos adquiere sus infinitos
significados. Tal como lo explica Kant, resulta imposible imaginar objetos sin
espacio, al mismo tiempo que es habitual pensar en el espacio vacío. Bajo esta
consideración, el arte realizado con objetos que no dependen de la manufactura
del artista objetual, es una manifestación cultural condicionada por técnicas, materiales
u objetos que ocupan lugares en los que rara vez se da importancia a los
contextos donde fueron creados, pero en los cuales se diversifican los
significados que acuñaron su valor social.
Este cambio
paradigmático también ofrece una visión alterna de los afectos que se
produjeron en las dinámicas económicas y de mercado sobre el arte, pues las
vanguardias artísticas, con intenciones de ruptura y de trasgresión social, fueron
desvirtuadas cuando la transacciones comerciales logran convertirlas en objetos
suntuarios y de prestigio, es decir, mientras los artistas de las vanguardias
apelaban a una libertad total, el mercado se encargó de convertirlos en estandartes
que aumentan el reputación social de sus compradores. De tal suerte, la instalación
supone una emancipación del mercado en la medida en que al coleccionista le
resulta complejo adquirirla, debido a su naturaleza efímera.
En esta intención
emancipadora, la idea de espacio comienza a encontrar matizaciones simbólicas.
Un ejemplo de esto es lo analizado por Javier Maderuelo en su texto El espacio raptado, donde el emplazamiento de la
obra tridimensional se desplaza a terrenos donde confronta a la arquitectura y
el espacio público. Desde entonces, la ocupación de espacio se transmutar en
lugar semántico y en adelante toda creación artística in situ debe tener en cuenta las variables simbólicas del lugar para
aspira a una valoración transemiótica,
esto es, que el arte vale más por lo que puede decir que por lo que dice (Acha).
En tal sentido, con
el protagonismo de los diversos significados del espacio-lugar en el proceso de
creación artística, se amplían las posibilidades del arte para incidir en la
sociedad donde es producido, porque recoge acuerdos implícitos de las comunidades
en las que cualquiera puede participar en mayor o menor proporción. Además, por
el alto grado de participación que tiene la semántica del espacio-lugar en el
arte, los artistas lo usan de manera discrecional, como algo manipulable y
mutable, como algo que admite transformación.
Esa nueva función del espacio-lugar
en el arte, implica una nueva relación entre el espectador y las manifestaciones
artísticas, debido a que las personas ya no experimentan la realidad a través
de los objetos que las rodean, sino que interpretan la relación que surge entre
ellos, esto es, los significados que el espacio-lugar puede aportar. Así, se
clarifica la intencionalidad del hombre frente al lugar, porque permite
convertirlo en un soporte al que se puede otorgar nuevas visiones.
En consecuencia, el artista
interesado en esta diversificación del arte ya no se interesa en producir
objetos nuevos para la contemplación, ni mucho menos dar cuenta de virtuosismos
técnicos, sino que por el contrario se arriesga a ofrecer al espectador la
posibilidad que desarrolle su propia relación, porque la distancia
contemplativa desaparece para dar paso a un arte
habitable que impulsa el pensamiento contextual. De esta manera los
artistas del arte en el espacio intentan condicionar, programar, guiar
comportamientos, porque al ser el espectador un habitante de la obra no le
queda otra opción que establecer relaciones con los objetos que la componen.
Con la intención con la que el hombre
actúa en el lugar aparece una nueva forma de vivenciarlo, porque tiene el
potencial del comportamiento ritual para crear metáforas de nuevos acuerdos y encuentros
en las que los intereses fluctúan entre la complementación y el choque. Por
ello, el lugar adquiere el matiz de escenario,
espacio crucial para la interacción colectiva. De aquí se desprende, que el lugar-escenario reivindica el acto
simbólico del encuentro, porque las producciones artísticas que en él se sitúan
modifican la noción de obra-objeto
por la de escenario-sujeto.
En el mundo contemporáneo, donde todo tiene relación con todo, el arte absorbe
y reconfigura la maraña de los detalles que sólo adquieren importancia si hay
una apropiación activa por parte del espectador. Proceso idóneo para la
reanimación del capital simbólico de la sociedad.
¿CONOCES OBRAS QUE PUEDEN SER HABITADAS?
¡¡COMPARTE ESTE ARTÍCULO CON TUS CONTACTOS!!