Elkin Bolaño-Vásquez
Coordinador educativo. Fundación BAT
Como se planteó en el artículo anterior Naturaleza,
arte y humanidad, el surgimiento de la teoría estética introdujo en la comprensión
del arte una posibilidad que en cierta medida estaba restringida a sus
hacedores y es la posibilidad que tienen los espectadores de transitar el
recorrido espiritual que promete aquel tipo de arte que aspira a la
trascendencia. La teoría estética identificó que tanto el quehacer artístico
como contemplación dependían de un proceso de individualización que afecta de
maneras muy específicas a cada persona. Pero tal proceso se adscribe a los
modos en los que la humanidad ha invertido enormes esfuerzos para separarse y
diferenciarse de la naturaleza. Esfuerzos que encontraron en las nociones de
consciencia e inconsciente parámetros explicativos y demostrativos sobre los
grados de complejidad cognitiva que alcanzó la especie humana y que con los cuales
ha creado la ciencia y la tecnología, las tradiciones religiosas y místicas, el
arte y las grandes narrativas mitológicas.
Desde entonces la naturaleza dejó de ser la
expresión de una inteligencia divina y universal porque ya no es suficiente para
satisfacer nuestro anhelo de trascendencia. En este punto es importante tener presente la idea que
tiene Hanna Arendt sobre el arte, ya que nos recuerda que este no tiene como
tarea fundamental ofrecer alternativas ingeniosas a la cotidianidad, sino que
es la oportunidad de alejarse de ella, momentáneamente, para encontrar aquello
que la trascendencia le ofrece a la vida. En tal
sentido, el arte que tiene una vocación realista o que pretender mostrar en
algún grado superlativo la cotidianidad parece que se aleja de la búsqueda de
lo superior, especialmente porque ambos casos se han sumido en las heterogeneidades
de lo pasajero con la esperanza de convertirse en testigo y testimonio de algo
que, aunque efímero, podría aspirar a la trascendentalidad. Promesa que de
momento tiene pocas garantías de éxito.
Caso contrario sucede con las indagaciones
artísticas que tienen como germen inspirador los planteamientos de la mecánica
cuántica porque han abierto márgenes de investigación científica que dependen
más de preguntas con matices exotéricos que no pueden ser respondidas por las
herramientas tradicionales de método científico, sino por recursos cognitivos
que ponen a prueba la imaginación más elevada. Ejemplos de ello son las investigaciones
enfocadas en la energía y la materia oscura, y que deben su posibilidad de ser
pensadas a las pretensiones del ser humano de autoproclamarse como un
observador que puede sustraerse de la naturaleza para hacerle una taxonomía
exhaustiva en un ascético y controlado laboratorio.
En lo que se refiere al arte que explora en estos
terrenos, su dinámica y esfuerzos se plantean de maneras muy disímiles, pero
bajo un sustrato que habita en el inconsciente y que se convierte en el motor
para materializar un arte que extienda conexiones entre una consciencia
suprasensible y el reino de las realidades imperceptibles que ofrece la
mecánica cuántica y que, de hecho, pueden relacionarse con las conexiones a las
que aspiraba la vocación iniciática de los antiguos alquimistas en sus búsquedas
por descifran la sabiduría trascendental. Ambas expresiones de dicha mecánica
suponen un distanciamiento de una versión de cotidianidad que es común a la
mayoría, ampliando el espectro de los significados de la realidad, produciendo
contrastes cada vez más marcados entre lo ideal y lo real, entre lo intentado y
lo alcanzado.
Según lo anterior, la teoría estética introdujo un
discernimiento contemplativo que convirtió en realidades perceptibles las ideas
suprasensibles, porque al reconocerse la separación de la especie humana de la
naturaleza, su posibilidad de retorno debe estar acompañada de la riqueza de un
espíritu evolucionado que ha tenido la virtud de formular una visión analítica
y comprensiva como la cuántica. No obstante, y pese a lo halagador que pueda
parecer tal evolución, lo cierto es que esa sensibilidad cognitiva aún se
mantiene en ciernes ya que es ajena a la gran mayoría de las personas.
En consecuencia, la estética también ha permitido entender que, para acceder a lo constante, a lo trascendente dentro de la permanente transformación, no hemos de contemplar ni dejarnos obnubilar por las conclusiones, siempre transitorias, de las obras maestras, de las teorías científicas o lo avances tecnológicos, puesto que ninguna de ellas puede contener cabalmente a la idea vital y trascendente que en ellas se expresa, sino que debemos identificar las fuerzas impulsoras de lo que se hace visible. La estética nos enseña que la realidad que se presenta a nuestros sentidos, no es algo que satisfaga a un espíritu evolucionado. Sólo cuando se trasciende dicha realidad y se atraviesa los límites de los sentidos, se reconocerán las fuerzas que íntimamente sostienen el mundo.