lunes, 4 de noviembre de 2024

ESTÉTICA Y TRASCENDENCIA

 

Elkin Bolaño-Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT

Como se planteó en el artículo anterior Naturaleza, arte y humanidad, el surgimiento de la teoría estética introdujo en la comprensión del arte una posibilidad que en cierta medida estaba restringida a sus hacedores y es la posibilidad que tienen los espectadores de transitar el recorrido espiritual que promete aquel tipo de arte que aspira a la trascendencia. La teoría estética identificó que tanto el quehacer artístico como contemplación dependían de un proceso de individualización que afecta de maneras muy específicas a cada persona. Pero tal proceso se adscribe a los modos en los que la humanidad ha invertido enormes esfuerzos para separarse y diferenciarse de la naturaleza. Esfuerzos que encontraron en las nociones de consciencia e inconsciente parámetros explicativos y demostrativos sobre los grados de complejidad cognitiva que alcanzó la especie humana y que con los cuales ha creado la ciencia y la tecnología, las tradiciones religiosas y místicas, el arte y las grandes narrativas mitológicas.

Desde entonces la naturaleza dejó de ser la expresión de una inteligencia divina y universal porque ya no es suficiente para satisfacer nuestro anhelo de trascendencia. En este punto es importante tener presente la idea que tiene Hanna Arendt sobre el arte, ya que nos recuerda que este no tiene como tarea fundamental ofrecer alternativas ingeniosas a la cotidianidad, sino que es la oportunidad de alejarse de ella, momentáneamente, para encontrar aquello que la trascendencia le ofrece a la vida. En tal sentido, el arte que tiene una vocación realista o que pretender mostrar en algún grado superlativo la cotidianidad parece que se aleja de la búsqueda de lo superior, especialmente porque ambos casos se han sumido en las heterogeneidades de lo pasajero con la esperanza de convertirse en testigo y testimonio de algo que, aunque efímero, podría aspirar a la trascendentalidad. Promesa que de momento tiene pocas garantías de éxito.

Caso contrario sucede con las indagaciones artísticas que tienen como germen inspirador los planteamientos de la mecánica cuántica porque han abierto márgenes de investigación científica que dependen más de preguntas con matices exotéricos que no pueden ser respondidas por las herramientas tradicionales de método científico, sino por recursos cognitivos que ponen a prueba la imaginación más elevada. Ejemplos de ello son las investigaciones enfocadas en la energía y la materia oscura, y que deben su posibilidad de ser pensadas a las pretensiones del ser humano de autoproclamarse como un observador que puede sustraerse de la naturaleza para hacerle una taxonomía exhaustiva en un ascético y controlado laboratorio.

En lo que se refiere al arte que explora en estos terrenos, su dinámica y esfuerzos se plantean de maneras muy disímiles, pero bajo un sustrato que habita en el inconsciente y que se convierte en el motor para materializar un arte que extienda conexiones entre una consciencia suprasensible y el reino de las realidades imperceptibles que ofrece la mecánica cuántica y que, de hecho, pueden relacionarse con las conexiones a las que aspiraba la vocación iniciática de los antiguos alquimistas en sus búsquedas por descifran la sabiduría trascendental. Ambas expresiones de dicha mecánica suponen un distanciamiento de una versión de cotidianidad que es común a la mayoría, ampliando el espectro de los significados de la realidad, produciendo contrastes cada vez más marcados entre lo ideal y lo real, entre lo intentado y lo alcanzado.

Según lo anterior, la teoría estética introdujo un discernimiento contemplativo que convirtió en realidades perceptibles las ideas suprasensibles, porque al reconocerse la separación de la especie humana de la naturaleza, su posibilidad de retorno debe estar acompañada de la riqueza de un espíritu evolucionado que ha tenido la virtud de formular una visión analítica y comprensiva como la cuántica. No obstante, y pese a lo halagador que pueda parecer tal evolución, lo cierto es que esa sensibilidad cognitiva aún se mantiene en ciernes ya que es ajena a la gran mayoría de las personas.  

En consecuencia, la estética también ha permitido entender que, para acceder a lo constante, a lo trascendente dentro de la permanente transformación, no hemos de contemplar ni dejarnos obnubilar por las conclusiones, siempre transitorias, de las obras maestras, de las teorías científicas o lo avances tecnológicos, puesto que ninguna de ellas puede contener cabalmente a la idea vital y trascendente que en ellas se expresa, sino que debemos identificar las fuerzas impulsoras de lo que se hace visible. La estética nos enseña que la realidad que se presenta a nuestros sentidos, no es algo que satisfaga a un espíritu evolucionado. Sólo cuando se trasciende dicha realidad y se atraviesa los límites de los sentidos, se reconocerán las fuerzas que íntimamente sostienen el mundo.