Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
La deriva cultural que se ha diseminado a partir de las dinámicas de la posmodernidad ha expandido los parámetros de producción, interpretación y participación de las prácticas artísticas, reduciendo sustancialmente la posibilidad de un relato integrador. Situación que no es negativa, en sí misma, si se tiene en cuenta las particularidades de un país como Colombia que necesita desplegar forma de reconstrucción histórica y donde las estrategias del arte pueden hacer aportes significativos.
Dicha expansión se explica desde los distintos enfoques que han tomado los
nuevos planteamientos teóricos y que han desplazado la centralidad de las obras y los
artistas a aspectos relacionados con las
circunstancias sociales que los coadyuban en sus posibilidades de materialización. Dentro de las alternativas vigentes el enfoque más reiterado es el proceso creativo que
influye en las dinámicas sociales.
La creatividad ya no es concebida como un
aspecto exclusivo de la producción del arte,
sino que ahora es reconocida como
el
proceso
cognitivo fundamental que
permite que las
complejidades humanas, tanto individuales como colectivas, logren encontrar
modos de expresión y materialización,
destacándose de entre ellas
empresarios
y científicos que han alcanzado
su esplendor gracias
a las
innovaciones tecnológicas. De hecho, existen
producciones artísticas institucionalizadas cuyo potencial creativo se desplaza desde los artistas a los curadores, los promotores y los comunicadores porque deben plantear estrategias de
posicionamiento que pocas veces consideran valores propiamente artísticos.
Otros
enfoques dependen del poder del capital y su margen de influencia para formalizar
mercados y consumos que convierten al arte en un producto social que compite con el entretenimiento y el espectáculo, presionando el surgimiento de nuevos parámetros para la
institucionalización de prácticas que no son claramente artísticas o que no han tenido esa vocación en su
proceso de producción, lo que termina por repercutir en la
formulación de nuevas estrategias de
difusión y valoración.
Estos enfoques suponen la superación de los márgenes de comprensión que han reservado al arte un espectro de saberes que se conectan con algún tipo de trascendentalidad, lo que dificultaba su asimilación o discusión por parte de la vida consuetudinaria, dejando atrás aquella idea idealista, mística o sobrenatural a la que en ocasiones se recurre porque no se encuentran otras formas de justificación. Desde entonces, buena parte de lo analizado por la actividad teórica ya no se limita a las obras de arte, sino que se extiende a productos sociales que, al apropiarse de estrategias artísticas, ofrecen a los consumidores experiencias estéticas efímeras propias del disfrute, creando una tensión entre la afectación estética, semántica y reflexiva, con la percepción sensible. Por ello, persiste una confusión entre la proliferación de alternativas para alcanzar el goce estético como resultado de la estetización de la vida y la apreciación estética que demanda un conocimiento previo de las prácticas artísticas porque permiten valorar, cuestionar o justificar los alcances semánticos y estéticos del arte.
La
investigación sobre el arte ya no se ciñe al análisis de las obras, sino al
modo como se relacionan con el medio social. En consecuencia, los valores
estéticos atribuibles a las obras ya no son
resultado de las discrepancias sociales o emocionales que hacen visibles, sino que son valores que ya
hacen parte de las dinámicas sociales y que se
fortalecen por su institucionalización. Por supuesto,
ello no descarta la permanente voluntad artística de experimentación de
materiales y renovación de temáticas que obligan al planteamiento de nuevos
postulados de explicación. No
obstante, este sigue siendo un segmento de análisis que es propio
de especialistas
y que escasamente llega a grupos más amplios de la sociedad, haciendo que las
obras sean productos sociales que
se adaptan a
las justificaciones
que
platean
cada
contexto
de interacción,
convirtiéndolas
en objetos
de
especulación
narrativa
porque
se
ignora su proceso
de producción.
Las disgregaciones de los nuevos
enfoques de observación del arte han asumido
aspectos propios y ajenos de las obras, y que derivan de las posturas ambivalentes de la
posmodernidad, permiten que el arte pueda desplazarse de los templos de
cristal en los que se han convertido sus instituciones a terrenos donde puedan
ejercer la función de bienes culturales comunes, diferenciados de
bienes culturales elitistas, con los que se
sientan convocadas las mayorías ciudadanas para debatir y reflexionar sobre temas invisibilizados que deambulan en silencio. En
Colombia, la posibilidad de asumir el arte como un producto social permite
retomar la capacidad testimonial del arte para
introducir alternativas de reconstrucción y comprensión de nuestras paradojas históricas.