Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo, Fundación BAT
Bautizar al arte con el apellido Popular puede ser una atribución innecesaria para muchos entendidos. Sin embargo, mantener la idea de un Arte (con mayúscula) que contenga todas las expresiones existentes y por existir es desconocer que las instituciones que lo resguardan, lo consolidan y lo promueven tienen criterios que marginan a personas con capacidades artísticas que están difuminadas por fuera de sus esferas de influencia. Con la experiencia del Salón BAT el apellido Popular dignifica el trabajo de miles de hacedores y hacedoras que, con habilidades, conocimientos técnicos y experiencia en la transformación de materiales, patinan en un limbo porque generalmente no tienen acceso a ese tipo de información que los ayude a justificar el resultado de sus trabajos como arte.
Cuando me refiero a la dignificación que puede ofrecer el concepto arte a lo popular, es porque estoy pensando que el apellido popular también ofrece al arte un potencial que no le es obligatorio. Hablar de una versión popular del arte es considerar una actitud decolonial, porque es una versión que se mueve por fuera de los circuitos que patrocinan las élites. En este contexto es importante recordar la existencia de una versión de arte contemporáneo, privilegiado por las élites, que es ajeno a las mayorías demográficas por lo que el arte popular puede considerarse una alternativa en la creación de referentes comunes en donde las comunidades, más disímiles, se sientan identificadas.
Debido a que lo popular no concibe restricciones al momento de apropiarse de lo foráneo, para acomodarlo a sus necesidades y deseos, crea subjetividades que se adaptan creativamente a las exigencias de lo distinto. En este caso, el arte popular, además de tener una fuerte vinculación con la vida comunitaria, tanto en sus solidaridades como en sus enemistades, también tiene un carácter testimonial y creativo que intenta articulaciones entre lo nuevo y lo tradicional por lo que no resulta vano ni pretencioso reconocer en esta versión una actitud decolonial.
La cultura popular y el arte popular realizan un ejercicio de atestiguamiento de las dinámicas sociales, culturales y simbólicas sin requerir una justificación teórica porque la vida acontece, ilusiona y duele independiente de los filtros conceptuales. Esto quiere decir que su atestiguamiento sugiere una actitud decolonial, aunque sea de carácter intuitivo. No hay un principio de autoridad, más allá de la consumación recurrente de los hechos representados. Esto supone, más allá de las indagaciones de los artistas, que el arte popular no está sustraído por una convicción particular que pretenda conocer profundamente lo que representa, sino que su vitalidad se reconoce por el registro de los acontecimientos e ideas generales de su entorno que, al estar matizados por sentimientos dispares, pueden alcanzar algún tipo de trascendencia. Acontecimientos e ideas que dejan de ser objeto de representación para convertirlos en sujetos que estimulan diversas narrativas.
Para el arte popular el atestiguamiento no es una tarea contemplativa, es más bien una forma de implicarse en distintos modos de otorgar sentido a lo íntimo, a aquello que permite dar significado a lo vivido. Así que en las imágenes producidas por el arte popular se identifica un potencial relator porque favorece el surgimiento de conversaciones sin prejuicios, momento culmen de la convivencia social. De este modo, el arte popular, no sólo es la obra como resultado, sino que también puede reconocerse en las respuestas creativas que manifiestan las comunidades entre las solidaridades y las penurias que acompañan la vida. Aquí donde se cifra la posibilidad de un arte decolonial porque no implica que sus resultados sean obras de arte, sino también procesos testimoniales y creativos que ayudan a resignificar y apropiar distintas formas narrativas para hacer visible lo que no es evidente para la mayoría.
Un ejemplo de ello lo encontramos en las dinámicas de lucha, solidaridad y creatividad en Puerto Resistencia, ese enclave comunitario de Cali que tuvo reconocimiento nacional por sus modos de participación en las protestas del 2021 y que terminó con la construcción de un monumento que permite arraigar con mayor profundidad a esa comunidad, además de recordar permanentemente la importancia de la cooperación a la hora de reivindicar la vida de quienes han permanecido al margen de los intereses del poder.
En este sentido, hablar de un arte popular que tiene señales para entenderse como un arte decolonial, tiene que ver con aquella capacidad de jugar en una suerte de sincretismo reivindicativo que no se limita en apropiarse de lo que sea necesario, ajustarlo a las necesidades y tranzar creativamente nuevas posibilidades. De este modo, la dignificación que puede ofrecer el arte a lo popular adquiere mayor preponderancia cuando el arte se convierte en un bien cultural común porque se produce según la apropiación de referentes que son reconocidos por las mayorías demográficas.