Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo. Fundación
BAT
Todo arte constituye procesos que se apropian de circunstancias, ideas, relatos, presunciones y hechos para perfilar otras formas de ver. Esta es la materia prima que sustenta y fortalece el potencial del arte para presentar otras versiones de lo acontecido o de lo que puede suceder. Esas otras versiones connotan re-presentaciones, porque el prefijo re en el contexto del arte, implica volver a algo con una postura diferente, para sacar a flote aspectos ignorados o inesperados. Aunque ese volver no implica la linealidad de la causa y el efecto en el que se acepta algún origen, sino que más bien la representación artística es, en sí misma, su propio referente como forma de justificación de la creación de mundos posibles e indicio para la apertura de alternativas semánticas.
Si bien todo arte implica una representación, incluida la abstracción porque en ella se encuentran indicios de estados emocionales, ésta también tiene otras acepciones y usos que circulan con independencia del arte. La representación como forma de gobernanza concierne particularmente a la política y la economía, lo que termina por manifestarse en normas y leyes.
No obstante, la relación del arte con la política tiene tensiones que permiten considerar la representación de sí mismo en las interacciones sociales. Como lo sostiene Néstor García-Canclini, en su libro Diferentes, desiguales y desconectados, apoyándose en los planteamientos de Paul Ricoeur, el asunto de la representación en la práctica cotidiana depende de “esquemas compartidos de valoración y de pactos de fiabilidad en los modos de interactuar, porque una sociedad sólo existe por el valor y la confianza que se atribuye a las representaciones” (p. 150). En su análisis, la representación supone los modos de apropiación que las personas utilizan para interactuar, es decir, la capacidad que tienen de recrearse o adaptar su manera de presentarse, según las demandas de las circunstancias.
Recreación y adaptación que se convalidan con las valoraciones y los acuerdos tácitos de convivencia. Porque aun cuando las personas se apoyen, en mayor o menor medida, sobre hipérboles de sí mismas, representándose a partir de construcciones verbales, deben coincidir con referentes de su historia concreta. Esto explica la manera profunda y por tanto imperceptible, en la que las estrategias artísticas influyen en lo cotidiano. Cada uno de nosotros asume sus propias representaciones según los roles que se cumplen y como variaciones de personajes en una obra de teatro. Incorporar esa posibilidad de representación es lo que permite equilibrar las contingencias de la vida diaria, especialmente si nuestras acciones se enmarcan en la complejidad de la migración cultural propiciada por la globalización.
En este contexto de “movilidad y desterritorialización, de nomadismo y flexibilidad de pertenencias, cualquiera se convierte en migrante y exiliado” (ibid. p.75), que aspira a una nueva forma de arraigo, entre las que sobresale la ideología de la identidad, que sostiene que la autoproclamación de pertenencia es justificación suficiente para que los otros nos convaliden. No obstante, y sumada a la virtualización de la vida cotidiana, la posibilidad de este arraigo discursivo e imaginado ha desdibujado la responsabilidad individual y colectiva, al mismo ritmo que incrementa la vulnerabilidad y la sensación de impotencia que confluyen en la anomía y la desaparición de referentes externos que intervengan en el desarrollo propio, influenciando directamente la proclamación de nuevas ciudadanías sin garantías de sus derechos.
Todas estas tensiones, radicales en algunas ocasiones, permiten mostrar una codependencia entre las artes y la representación que facilita la elaboración de comprensiones que ayuden a desmontar convicciones sectarias en favor del reconocimiento de los lugares desde donde se gestan las diversas narrativas con sus puntos de inflexión u oposición. En este caso, el lugar de enunciación no se circunscribe a un espacio geográfico, también intervienen creencias e ideas. En este sentido, la tarea tanto de las artes como la representación, en los márgenes de la migración cultural, es hacer visible los lugares de enunciación de aquellas ciudadanías disímiles que buscan arraigar no sólo en lo discursivo y simbólico, sino en la apropiación y aplicación de derechos que garanticen la igualdad que tienen los acuerdos, las tensiones, los conflictos y las demandas, esto es, ayudar a que cada una de esas voces encuentre un lugar para articular sus modos de pertenecer.