Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
Existe un trabajo silencioso que ahora, gracias a los avances tecnológicos y de la neurociencia, se puede reconocer como destellos en el cerebro de un artista cuando intenta desnudar la paradoja, la belleza y la vitalidad de acontecimientos que han captado su atención. Sin embargo, esos destellos neuronales no explican como se producen las conexiones entre las informaciones que se usan y descartar aleatoriamente, ni mucho menos, la seguidilla de elecciones para determinado resultado. Lo que queda claro es que toda manifestación artística desarrolla ese trabajo silencioso que, sin menoscabos, se acepta como una manifestación cognitiva imperfecta, limitada y sublime que anhela afectar otras mentes.
La
tarea de la traducción artística, es un esfuerzo que requiere transitar por una
serie de interconexiones neuronales debido a un sin fin de estímulos que capta
del mundo exterior y que se recrean en el mundo interior, donde se intentan
conciliar las emociones, las reflexiones, los aprendizajes y los errores. Dicha
tarea puede explicarse parcialmente si se considera el proceso autopoiético descubierto
por los biólogos Humberto Maturana y Francisco Valera en los sistemas
biológicos, y que ofrecen nuevas alternativas de comprensión sobre los sistemas
con los que interactúa la especie humana. En la autopoiesis, los investigadores
identifican como actividad fundamental a la espontaneidad.
En
el libro De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organización de
lo vivo, explican que la
espontaneidad puede ser vista de dos maneras. La primera de ellas es “la aparición de un nuevo dominio relacional
que antes no existía, que surge como unidad definida y que tiene propiedades
como sistema que no se pueden deducir de sus componentes” (p.28). Aplicado a la
producción del arte supone entender el trabajo terminado, la obra, como un
sistema que se vale por sí mismo y que no puede ser explicado o estar contenido
exclusivamente en el carácter o las circunstancias biográficas que se le pueden
atribuir a sus autores.
Entendida así, la traducción artística viene a ser el resultado de una
espontaneidad que se alimenta de los sistemas cognitivo, sociocultural y
circunstancial del artista para producir una obra que puede ser parte de
cualquiera de ellos, pero sin restringirse a ninguno. La segunda consecuencia
de la espontaneidad es “que se genera una asimetría en el suceder” porque al
convertirse, la obra acabada, en un nuevo sistema “aparecen nuevos dominios
relacionales” (p.28) que se expresan en la amplitud semántica que se genera por
las interpretaciones.
Por ello, la voluntad artística debe reconocerse como una actividad que traduce una compleja gama de variables, contextos y obstáculos que se sintetiza en una serie de configuraciones simbólicas que enuncia y proyecta nuevos dominios semánticos. En esta traducción la espontaneidad fluye en armonía con la intuición, que a su vez anticipa y nutre el potencial creativo del artista, quien termina por transformar las pequeñas variaciones conceptuales y afectivas, en contenidos psicológicos y metafóricos que se pueden materializar en un objeto artístico.
Es
preciso considerar que toda traducción artística gradúa su fuerza vital, debido
a que no es comparable la energía que se requiere en el primer impulso, con la
necesaria para definir un modelo de acción, o con la energía que se utiliza en
el perfeccionamiento y la ponderación de los detalles y los acabados finales.
La primera de las energías sería la de la espontaneidad, que puede ser
avasalladora y también reactiva, por eso es necesaria la intuición, para filtrarla
e incorporar un proceso selectivo que, como segunda energía que interviene,
allana el camino para el trabajo reflexivo y resolutivo de la creatividad que
tiende a ser más largo y agotador. En todo caso, esta traducción precisa
comprender que sus éxitos y errores se envuelven en una fina bruma de imágenes
del pasado que es uno de los tantos sistemas que usa el arte para sus
objetivos.
Aunque
es muy difícil aceptar que puedan surgir sistemas de interpretación y comportamental
independientes de las rutinas de la cotidianidad, basta recordar aquellos momentos
que respondemos intempestivamente y contrario al propio carácter, sin que,
posteriormente, se tenga la capacidad de explicar tal reacción. Aquí operan la
espontaneidad, la intuición y la interpretación impulsadas, posiblemente, por
una tergiversación de la situación. En el caso de la traducción artística la
respuesta es lenta, tal como se explica en el uso gradual de la energía. Por
ello, esta traducción sugiere un sistema de valores que condicionan los comportamientos
del accionar artístico para traducir realidades psicológicas en realidades
simbólicas, influenciando la espontaneidad de la vida cotidiana, al entusiasmarse
por el descubrimiento de lo que no es visible a primera vista.