Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo. Fundación BAT
Relacionar estos dos modos de comprender y actuar en el mundo, parece que tiene una inevitable relación con lo que se ha definido como arte políticamente comprometido. Sin embargo, quisiera llevar esta relación por otros rumbos, porque la resistencia no tiene como única meta un resultado político.
Tentativamente propongo tres elementos articuladores. El primero de ellos es la intención de dar respuesta a una situación paradójica. El arte ofrece apertura a lo aparentemente hermético. La resistencia hace visible los desequilibrios sociales, aspirando a la reivindicación. El segundo se distingue por una suerte de proactividad, porque arte y resistencia salen al encuentro de su objeto de interés. Esto quiere decir, que siempre actúan como un sismógrafo que detecta las variaciones del ambiente, para actuar en consecuencia. El último elemento articulador sería el potencial para gestar renovaciones, debido a que ambos tienen la capacidad de proponer nuevas alternativas a las circunstancias que enfrentan.
Para analizar estas tres articulaciones es conveniente ampliar la noción de resistencia y para ello tomaré el análisis de Rodrigo Castro sobre el planteamiento que Foucault hace del tema y la noción de “multitud” planteada por Michael Hardt y Toni Negri.
Castro observa que la resistencia es connatural al poder, y por la necesidad que tiene aquella de ponerle límites a este, está obligada a ser creativa. Si el poder tiene una alta disciplina para controlar, complejizar sus formas de manifestarse y pensar en lo macro, la resistencia es inventiva, aprovecha la contingencia y se resguarda en lo micro.
La resistencia supone una expresión táctica porque crea nuevas subjetividades que el poder desea controlar. Sus conquistas suponen fracasos transitorios del poder, porque la disciplina por el control es constante, mientras que las contingencias surgidas por la resistencia, hace que las subjetividades se relajen, dejando la materialización de las novedades en limbos discursivos. El control y la contingencia suponen una paradoja que exige procesos creativos para uno y otro, porque deben producir respuestas renovadas que favorezcan sus intereses.
En tal sentido, la paradoja entre resistencia y poder implica la lucha por democratizar la influencia que tiene la voz hegemónica, porque la “multitud”, según Hardt y Negri, se erige sobre la producción de información, de preferencias y de ideas del poder, para reivindicar su producción inmaterial, con potenciales de distribución y gestión de los afectos.
Control, contingencia, inventiva y persistencia son los elementos entre los que se desenvuelven las subjetividades que producen el arte y la resistencia, al tiempo que nos conectan con las tres articulaciones mencionadas anteriormente. Dos de ellas crean la base para la tercera. Mientras que una intenta responder, de la mejor manera, a situaciones paradójicas (control-contingencia); el otro demuestra actitudes proactivas porque sale al encuentro de su objeto de interés (persistencia). Entre enfrentar la paradoja y la proactividad se requiere de un potencial creativo, como tercer aspecto, que permita adaptación y renovación.
De esta manera, el arte como un modo de resistencia, más que reducirlo a lo políticamente comprometido, tiene cercanía a la noción de multitud en la medida que puede considerarse una estrategia que ayuda a distribuir y gestionar los afectos, posibilitando el surgimiento voces que pueden reducir las patologías que sufre la comunicación a expensas del poder.
Por otro lado, la resistencia puede ser una forma de actuar artísticamente debido al potencial inventivo de ambas. La resistencia, al igual que el arte, se nutre de lo inesperado y de la espontaneidad. Si bien sus reivindicaciones son universalizables, sus impulsos de gestación provienen del encuentro de individualidades que comparten horizontes parecidos, que facilitan los compromisos afectivos en el encuentro con los demás.