Por:
Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
Cuando nos preguntamos ¿Quién puede imaginar una comunidad y por qué? nos enfrentamos a una paradoja, porque a simple vista parece una imposibilidad, debido a que la complejidad de las sociedades es demasiado intrincada como para que una persona pueda tenerla en su cabeza. Sin embargo, esta paradoja se puede abordar gracias a los potenciales que ofrece el lenguaje, al ser humano, para desarrollar agudeza imaginativa y verosimilitud.
Para considerar los matices que se necesitan para responder esta pregunta acudiré a los estudios hechos por Benedict Andreson en Comunidades imaginadas, Eric Hobsbawm en La invención de la tradición y Jaques Rancière en Tiempos de igualdad especialmente en lo que se refiere al ser humano como animal literario.
Ejemplos de quienes pueden imaginar comunidades, serían los literatos o los cineastas quienes las crean como soporte para el desarrollo de sus obras, porque surgen de la ficción para convertirse en contexto de narraciones metafóricas. Otro ejemplo está relacionado con la tecnocracia. En este caso las comunidades son datos estadísticos que se interpretan según lo que se quiere implementar, sin que necesariamente se mitiguen las carencias reales. Cuando la tecnocracia interpreta datos, lo que hace, en el fondo, es apropiarse de las estrategias de la ficción para justificar sus inversiones, creando opinión pública.
En la antigüedad quienes creaban la opinión pública eran los reyes, sacerdotes y chamanes, personajes que hacen parte fundamental de la construcción de los mitos fundacionales, que es donde se encuentra la clave del cómo y el por qué las comunidades son inventadas, tal y como lo explica Eric Hobsbawm, y la importancia que tiene la ficcionalidad artística en el proceso de creación de acuerdos tácitos, que direccionan interés que parecen individuales, pero que en realidad devienen de las tradiciones. De tal manera que las estrategias de la ficción terminan siendo utilizadas por la política, la economía y otros estamentos sociales para el desarrollo y cohesión de las sociedades.
Es importante aclarar que reconocer el uso de los potenciales ficcionales por parte de los distintos estamentos sociales no implica hacer una valoración peyorativa, ya que no se debe confundir con la mentira o la falsedad. Lo cierto es que son cosas distintas porque dependen de las intenciones de sus usos.
Cuando
Jacques Rancière define a los seres humanos como animales literarios, explica que es por el uso de la palabra que nos alejamos del mundo natural para construir otros mundos, en los que la política, la tecnología, las relaciones interpersonales y la capacidad reproductiva ya no son concebibles sin el habla y la escritura. Por ello, la forma con la que se gestiona, administra y se imparte justicia en las sociedades depende, según lo afirma en su libro La Palabra muda, “cabalmente del régimen de la escritura, que construye y dicta la ley, que hace las veces de un discurso vivo que da vida a la comunidad”.
Un ejemplo de esto es el nacionalismo. Según lo plantea Benedict Anderson el nacionalismo es una invención que hace que millones de personas maten y estén dispuestas a morir por ideales que terminan por ser más importantes que la vida misma. El que la muerte sea parte del deseo de pertenecer y conservar el nacionalismo, supone que tiene una fuerte relación con los sistemas culturales que lo precedieron, como lo son el dogma religioso y el régimen dinástico, que en cuya combinación dio como resultado Las Cruzadas. Esto explica por qué el nacionalismo se convierte en una puesta en marcha de una especie de predestinación, en la cual, quienes lo defienden, son los escogidos para cumplir un plan trascendental.
Según lo anterior, más que viable, se torna necesario imaginar comunidades, especialmente porque estamos inmersos en ellas y porque el ser humano al alejarse cada vez más de las necesidades naturales, se esfuerza por crear matices que enaltezcan determinadas formas de vida, para proponerlas como los más convenientes, aún y si son una clara afrenta para la preservación de la vida. En tal sentido, podemos afirmar que la vida cotidiana depende de los potenciales de la ficción para equilibrar o desequilibrar el día a día. Hacer un poco de hipérbole de lo que vivimos cada día, ayuda a pertenecer o a alejarnos de los distintos ambientes sociales con los que convivimos.
En
todas las circunstancias de la vida humana, se usan herramientas artísticas que
permiten desarrollar distintas facetas de la creatividad que no están limitadas
por los intereses del arte. De hecho, en las veloces operaciones de la sociedad
del conocimiento, la creatividad se ha emancipado del arte, inventando nuevas
comunidades.