Por: Elkin Bolaño
Vásquez
Coordinador Educativo.
Fundación BAT
El derroche de estrategias de la mercadotecnia para la estetización de la vida, entendida como la imposición de la apariencia como requisito de una vida satisfecha, es una versión contraria de los efectos emocionales que surgen del contacto con experiencias y procesos artísticos. El monopolio que ha creado el mercado entre la economía, la política y tecnología para poner las emociones básicas al servicio del consumo repercute en la configuración y reforzamiento de una miseria cognitiva, que se diversifica con la renovación permanente de artefactos y servicios estandarizados, termina por reducir las posibilidades de encontrar riqueza semántica en las valoraciones de la novedad. En este sentido, estetización, miseria cognitiva y estandarización son medios que reducen en la mayoría de las personas, las posibilidades de desarrollar las capacidades que se requieren para ser sujeto activo de la era del conocimiento: la imaginación, la creatividad y la innovación.
La versión capitalista de la
economía creativa, que en su propia enunciación se presenta distópica, promulga
“inversiones de riesgo” intangible. Sus apuestas son especulativas porque no
pasan de ser maniobras semejantes a las de la bolsa. No obstante, la
intangibilidad del conocimiento, la imaginación y la creatividad no gozan del
mismo valor. En este sentido, podemos afirmar que la sociedad del siglo XXI
basa todo su dinamismo en la libertad de transmutación que tiene lo intangible
sólo si este puede ser monetizable porque, a fin de cuentas, la intangibilidad
es valorada como resultado comercializable y no como un proceso que es el cimiento
que la sustenta, pero que se escapa de lo cuantificable.
Otro espejismo cegador es la
creencia según la cual la creatividad y la innovación tienen como meta el
futuro. El presente se difumina y el pasado se entiende como un lastre que hay
que eliminar. Pese a ello, es la comparación entre el futuro como posibilidad,
el presente como condición y el pasado como germen, que aquellas dos
desarrollan su potencial. El propósito ya no se reduce a la transformación del
mundo, sino a la creación de otros. Es claro que la noción de temporalidad en
la imaginación y la creatividad es radicalmente opuesta a la que impone el
mercado a través de la estetización, la miseria cognitiva y la estandarización.
Y es en esta opción alternativa de la vivencia del tiempo donde surge la
transformación de la compresión, el comportamiento y la creación de otras
realidades. Así, la imaginación y la creatividad convierten sus versiones
subjetivas de vivencia espacial, en lo que entendemos como sociedad, cultura y
territorio. Pero si bien, estos espacios suponen formas de materialización y
reproducción, recordemos el potencial de la intangibilidad en su versión
procesual, que hace del espacio imaginativo (virtual y ficcional) un recurso
transformador que no está limitado por fronteras, leyes o idiomas.
En la era del conocimiento
los dogmatismos pierden cada vez más influencia. No hay valores universales que
puedan dar respuesta a problemáticas particulares. Por ello la creatividad y la
innovación se venden como fórmulas que, distintas de los dogmas, no necesitan
de la ritualización y el sacrificio, sino sólo de dinero. Por consiguiente, parte
de las paradojas del mundo contemporáneo es que la estetización, la miseria
cognitiva y la estandarización se evalúan éticamente, proponiendo a las
sociedades que aun confían en la humanidad de lo humano, fortalecer el
pensamiento crítico, contextual y paradójico, lo que introduce una interrogante
fundamental ¿son, en sí mismas, la creatividad y la innovación convenientes para
la evolución de lo humano?
Si relacionamos la respuesta
con el antagonismo innecesario entre el resultado y el proceso surgen dos opciones.
Consideremos el “fracaso” como eje sustancial de este tema. Thomas Alva Edison responde
de la siguiente manera a una pregunta suspicaz hecha por un periodista: "No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla." La pregunta surge de la
orilla del resultado, mientras la respuesta se sustenta en el proceso, haciendo
evidente la importancia del tiempo en la maduración de ideas que puedan
convertirse en innovación. De hecho, para especificar aún más este tema, habría
que entender que la creatividad es el proceso cognitivo que sustenta la
innovación como resultado.
Aceptar que la estetización,
la miseria cognitiva y la estandarización son medios para la pauperización del
desarrollo de lo humano, hace patente que el esfuerzo de reivindicación de la
función social de las artes, no depende de un trabajo de investigación
científica o teórico-práctica en las universidades, tampoco de implementar
estrategias de comercialización de productos y servicios en las industrias
culturales o de aumentar el prestigio de las instituciones y especialistas que
las promueven, sino de transfigurar las emociones y los comportamientos
impulsivos, que aprovecha el consumo, en emociones y comportamientos reflexivos
y comprensivos que creen tensiones y diálogos para desarrollar procesos
cognitivos profundos y transformadores.
Esta pretendida competencia
entre la mercadotecnia y las artes es profundamente dispar, porque la primera
con recursos casi infinitos de la publicidad, los medios de comunicación
masivos, las redes sociales y la programación neurolingüística, domina la
totalidad de las percepciones de las mayorías demográficas, mientras las artes
con el cada vez más exiguo apoyo estatal y económico al sistema educativo y a
la infraestructura artística y cultural representado en bibliotecas, museos,
teatros y salas de concierto, sólo puede aspirar a retener su nicho de
espectadores. En última instancia, parece que la pereza sináptica, que es
consecuencia de las tres estrategias mencionadas, suma otra versión semántica
en la disputa pobreza-riqueza, que ha impuesto el “libre mercado”.