Y EL EXCESO DEL ARTE
Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
El exceso es una violencia sutil, acumulativa y contagiosa que no se percibe como destructivo y que termina por ser alienante. Es producto de una sociedad que impulsa el individualismo y exacerba la acumulación como el más valioso de los placeres y lo instaura como el requisito fundamental de la felicidad. Se vende como una característica inmanente del ser humano, porque no lo priva de nada, solo lo satura en su búsqueda de hedonismo.
La cultura del exceso
también es reconocible en la era actual por su infinita disponibilidad de datos
que despoja al ser humano de su historia, de su memoria y de su narrativa
porque lo estandariza y automatiza, acercándolo cada vez más, a un sistema que lo
usa como engranaje de una máquina donde es fácilmente reemplazable. Para enfrentarse a ello, para crear conocimiento, se hace
necesario el pensamiento crítico y contextual porque ayuda a transformar el pensar en reflexión.
Pensar es la utilización de
datos sin preocuparse por la articulación que podría haber entre ellos, tal
como se vive ahora. La reflexión, en cambio, es la creación de relaciones entre
las informaciones que se presentan como independientes, produciendo un tipo de
conocimiento que requiere ser compartido y que se alimenta de diversas
perspectivas, llegando a ser incluyente y transformador, lo que termina por
dejar huella en el proceso cognitivo de las personas.
Para mantenernos a flote en
la cultura del exceso es conveniente mantener distancia de los sentimientos
negativos porque se convierten en actitudes renegadas que cuestionan ese modo
de vida. Tales sentimientos exigen un tipo de lenguaje que invoca a una
reflexión que no resulta conveniente a la industria de la felicidad porque
pretende deslegitimarla como parte sustancial del desarrollo de las
potencialidades humanas, pregonando las emociones positivas como las únicas
tendientes al éxito. El tiempo debe usarse para producir y consumir, es decir,
actuar, no para reflexionar.
¿Qué se puede decir de una
sonrisa fingida que es sostenida por largo tiempo? Que es más perjudicial que las
alegrías y las tristezas honestas, porque requieren de poco tiempo y ayudan al
equilibrio emocional. Por ello, como afirma Byun-Chul Han, lo que se quiere
imponer es un “yo ideal que no es capaz
de trabajar en el conflicto porque requiere demasiado esfuerzo”, esto
explica porque es más fácil echar mano de medicamentos potencializadores.
El arte no es ajeno a esta
dinámica y usa la versión facilista (o si se quiere medicada) de las
vanguardias artísticas para sobrepasar el hedonismo hasta llegar al esnobismo.
La crítica mexicana Avelina Lesper afirma que en la actualidad existe un exceso de artistas autoproclamados que
desconocen el trabajo artístico, y que proclaman la apariencia como lo más
excelso de la inteligencia humana. Esto ha hecho que el artista se convierta en
un significante sin significado, en una forma sin contenido, en una imagen
vacía, en una tendencia esnobista que pregona lo superfluo como valor de
exclusividad y prestigio social.
Aclarando que hay otro tipo
de arte que sí reconoce el trabajo artístico y que desde ahí aspira a la
trascendencia, a franquear las fronteras de la historia, en aquella versión esnobista
del arte contemporáneo, el espectador no está viviendo una experiencia
estética, ha sido volcado, más bien, a verlo como un fraude porque la
sublimación, como sentimiento elevado, es desconocido por los artistas del
esnobismo, quienes son los que ocupan las instituciones artísticas de más
prestigio, pero que no podrían, siquiera, sugerirla. De esta manera la
intención de democratización del arte para enriquecer la vivencia estética como
parte del desarrollo integral del ser humano, es boicoteada.
El exceso amenaza
permanentemente con el fracaso, por ello el fraude del arte esnobista, cobijado
por un prestigio sin contenido social, se asimila sin resistencia porque
estandariza las emociones y obstaculiza el desarrollo de sentimientos y la
posibilidad de identificarlo con perjudicial. Al ser el exceso un obstáculo
para la atención, para la creación de conocimiento inclusivo y transformador,
también se convierte en justificación para insistir en el pensamiento crítico y
contextual como elemento fundamental en la articulación de las potencialidades
humanas, con el que se aprende a observar detenidamente, a canalizar la
atención hacia los detalles y profundizar en cualquier tipo de asunto,
superando las barreras de la superficie.
No afirmo que el arte para
los esnobistas sea estrictamente perjudicial para el desarrollo de las
sociedades, lo que sostengo es que dicha tendencia no puede considerarse la
manifestación más significativa de las artes, porque es una valoración vacía
que aspirar a influenciar algunos pocos que se embelesan por lo superfluo.
Existe un arte contemporáneo de un alto nivel artístico que aún defiende uno de
los objetivos más deseados de las vanguardias artísticas: la democratización de
la experiencia estética.
Aunque la cultura del exceso
impulse el consumo de lo superfluo como un valor superior, cada vez se hace más
palpable que los artistas que vibran con las exploraciones creativas, terminan
por favorecer estrategias pedagógicas que hacen que el arte trascendente
enriquezca la experiencia estética de las mayorías demográficas, permitiendo
vivir la catarsis como una válvula de escape de la deshumanización social.