EL LEPROCOMIO DE AGUA DE DIOS
Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo
Fundación BAT
Al hacer una rápida revisión
del arte que se ha producido después de las pandemias que han azotado a la
humanidad, se observan las siguientes generalidades. La primera de ellas es que
las obras están motivadas por mostrar los horrores, es decir, es
representacional en la medida en que buscan capturar algún grado de fidelidad
de los sucesos. La segunda, que es consecuencia del carácter veritativo de la
anterior, es que se convierten en documentos históricos y sociológicos de la
época, de los que, por lo general, se analizan las imputaciones que recaen sobre
los extranjeros, quienes se dedican al comercio, sobre los ricos o sobre los
pobres. Esta segunda característica la podemos llamar documental.
El tercer caso es el
reconocido como simbólico, debido a que su preocupación estriba en las diversas
formas de presentar la muerte, particularmente como un personaje implacable y
sin ningún asomo de compasión. Por último, el arte que se crea a partir de las
complejidades de las pandemias también puede tener un carácter religioso, pues el
sufrimiento supone castigos merecidos por vivir en el pecado.
En los siglos anteriores, el
conocimiento de los acontecimientos pandémicos sucedía a través de la
observación o el sufrimiento directo, por la información oral y por la
literatura, es decir, que los artistas configuraban sus obras buscando una
síntesis de todo cuanto veían, sufrían, escuchaban y leían, en relación con sus
creencias e investigaciones personales.
No obstante, tales
características parecen limitadoras para comprender la pandemia que nos tocó
vivir, especialmente, cuando las decisiones sobre el control de esta crisis se
dividen entre la prevalencia de la vida humana o las consecuencias económicas,
como si estas dos visiones fueran antagónicas. Pese a ello, el interés de las
siguientes líneas es recordar, por medio de una obra, una enfermedad de
implicaciones planetarias y que permitió decisiones similares a las actuales.
En 2012 el artista empírico
Silvestre Prado Castro, originario del municipio de Agua de Dios, Cundinamarca,
presentó su obra La Coscoja, una
talla en piedra de arcilla, en el IV Salón BAT de arte popular. Silvestre Prado
asumió con particular entusiasmo este espacio y se dedicó a explicar a los
visitantes la historia de su pueblo y porque había escogido a la coscoja como
su emblema particular.
Agua de Dios es un municipio
cuyo origen se remonta a la decisión del Gobierno Nacional de crear en 1894, en
ese territorio, un Leprocomio, un asentamiento de personas enfermas de lepra. El
estricto confinamiento de estos pobladores duró 68 años, momento en que se
reconoce que la enfermedad de Hansen, como científicamente se conoce, no es tan
infecciosa y mortal como se suponía. Si bien es trasmisible, deben coincidir
varios factores para su contagio: varios años en contacto permanente con un
enfermo, un sistema inmune débil por parte de la persona sana y circunstancias
de insalubridad extremas.
La ignorancia científica
tuvo resultados en doble vía. En primer lugar, que es la visión generalizada
desde afuera, las estigmatizaciones alcanzaban a las personas que tuvieran
defectos genéticos que comprometieran su apariencia. La “fealdad” se convirtió
en síntoma de la enfermedad. Esto supuso que la mejor manera para evitar los
contagios, ya que no existía un tratamiento médico efectivo, era mantenerlos
alejados del mundo sano. Para ello, el gobierno decidió hacer un encerramiento
de 2 km2 con alambre de púas, pues la “maldición” de esta enfermedad no debía
alcanzar al resto del país. Así el aislamiento y el destierro se volvieron “sagrados”,
a tal punto, que estos condenados perdían sus derechos de ciudadanía.
En segundo lugar, que es la
convivencia al interior del alambrado, los desahuciados vivían en un ambiente
tranquilo donde se procuraba el bienestar de los demás, la baja autoestima, en
relación con el rechazo, desaparece, lo que convierte el confinamiento en una
especie de santuario. En estas circunstancias el amor florece y la población
aumenta hasta alcanzar el número de habitantes que, por ley, se requiere para
ascender, a la categoría de municipio, a una población. Con esto, también se
demuestra que la enfermedad de Hansen no es hereditaria. De igual manera, las
expresiones artísticas hicieron su aparición. Pese a la ausencia de la
educación para estos pobladores, la comunidad salesiana, además del alivio
espiritual, introduce en la población diversos oficios artesanales y artísticos
que a la postre rinden sus propios frutos en la música, en el arte y en las
letras.
Al establecer La Coscoja como emblema de su pueblo,
Silvestre Prado nos recuerda que ni el dinero podía salir del confinamiento,
por lo que se creó la coscoja como la moneda local y que operaba de manera
similar a la Lira Vaticana de la Ciudad del Vaticano, debido a que no tenían
ningún valor fuera del territorio. Como ejercicio reflexivo, podemos encontrar
en este elemento de uso cotidiano y elevado a la categoría de arte, más de
medio siglo después, las características representacional, documental,
simbólica y religiosa que se identifican en el arte surgido de una pandemia.
¿QUÉ
OTROS PADECIMIENTOS HA VIVIDO COLOMBIA QUE IMPLIQUEN AISLAMIENTO, DESTIERRO,
ESTIGMATIZACIÓN, PÉRDIDA DE DERECHOS Y CONFINAMIENTO?
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