Por:
Elkin Bolaño Vásquez
Fundación BAT
Colombia
En su libro Estética cotidiana y juegos de la cultura
Katya Mandoki afirma que la estética no debe limitarse a los linderos del arte
y la belleza, sino que debe ampliarse a los diferentes modos de ser de la vida
cotidiana en la medida que ejerce influencia en la “construcción y presentación
de las identidades sociales”. Esta estética, operativa por fuera del ámbito del
hacer artístico y constitutiva de la vida misma, introduce vulnerabilidades que
se ocultan en los museos y salas de conciertos, es decir, se aviva la
experiencia de mostrarse y juzgar de la vida en sociedad, en vez de complacerse
con una semiótica que difícilmente supera la contemplación.
Esta diferencia entre la
estética dependiente del arte y la belleza y la propuesta de Mandoki de una
estética de la vida cotidiana trae al análisis la dificultad que implica
considerar lo bello o lo feo como categorías estéticas absolutas que se imponen
a las particularidades y preferencias de las distintas culturas, como si la
belleza fuera única sin importar la cultura. ¿Serán fenómenos estéticos las
extensiones de cuellos, labios u orejas de África, o las reducciones de pies de
oriente, o reducciones de cráneos de tribus indígenas si tenemos como único
modelo la idea de una belleza absoluta? Según esta ampliación, la estética no
es sólo mostrar para producir algún efecto sensible, sino que el efecto
estético depende de un influjo de informaciones consuetudinarias que se
naturalizan para constituir las identidades culturales. Por consiguiente, esta
estética depende de los procesos con los que cotidianamente se filtran las
informaciones de la política, de la historia, de la economía, de la religión, de
los medios masivos de comunicación y de las redes sociales, es decir, en la
manera en que entremezclan informaciones sin prevenciones de cuáles son sus
orígenes o funciones.
La belleza no puede
considerarse absoluta porque no existe como una predeterminación inalterable,
sólo existe como experiencia en la psiquis de un sujeto. La belleza no está en
el exterior esperando, inmaculada, a ser percibida, sino que se constituye en
los juicios que elabora el sujeto a partir de las consideraciones particulares
de su contexto social. ¿En dónde está la belleza de las fotografías de Jesús
Abad Colorado? En sus más de dos décadas de publicación de fotografías del
conflicto armado en la prensa colombiana, sus imágenes producían dolor,
tristeza, consternación, no obstante, vistas en retrospectiva y al interior de
los museos empiezan a tomar matices de belleza porque quedan cubiertas por el
aura del arte. Pero además del espacio expositivo, son los espectadores que
pueden observarlas los que le atribuyen esa condición, pues son sujetos de
ciudad informados de las atrocidades y no sufrientes de las mismas. Pese a
ello, que es una de las funciones vitales que el arte puede aportar al
posconflicto, ¿descubrirían belleza las victimas de esas atrocidades cuando se
enfrentan a la imagen que deposita el mayor horror de sus vidas? Por estas
circunstancias y por tantas otras que se nos escapan es que la estética no
puede reducirse a una experiencia que produce el arte, ni tampoco a un sinónimo
de belleza.
Desde Mandoki y a la luz del
trabajo de Abad Colorado podemos intuir que uno de los grandes malestares del
desarraigo por el conflicto armado es el desprendimiento radical de los
desplazados de su estética rural, sumado a la dificultad de considerar como
propia o parte de la expresión de sus modos de ser la estética urbana. El
sujeto de la Colombia rural, que ha vivido el conflicto armado, condiciona su
estética a la tierra como lugar de acuerdos y compromisos, de memoria, de
producción y sustento familiar, de devoción a el santo patrono, de lugar para
decir, burlarse y divertirse. ¿Cómo sustraerse de los paisajes montañosos, de las
neblinas y el despunte de sol que estimula al gallo a cacarear, de las lagunas,
las playas, las selvas, los manglares, los páramos, los ríos y la sombra que
refresca ante el calor inclemente que invitan a la introspección y a el
silencio? ¿Acaso la estética urbana con los colores de los edificios, los
rincones ruinosos, las sonoridades de los vehículos y la industria, los
grafitis, los museos y las bibliotecas[1]
puede reemplazar sin convulsiones el terruño de la estética rural?
Es complejo dimensionar el
impacto que sufren los desarraigados cuando a fuerza de fusil y miedo han sido
obligados a abandonar la vida que sólo tiene sentido con la estética rural.
¿Será que la estética que busca dar significado a la vida de la diáspora de los
desplazados puede circunscribirse a los cinturones de miseria, lugar donde la
angustia y esperanza confluyen, donde no hay modos de producción y sin embargo
hay que producir? ¿Qué tipo de arte sería bello y, al mismo tiempo,
introduciría significados alternativos de sus propias circunstancias[2]?
La estética para la vida es una apuesta que busca indagar sobre los aspectos
que permiten consolidar modos de fortalecimiento social cuando se tiene en
cuenta las circunstancias que permiten desarrollar las formas de mostrar la
vida en sociedad. Por ello, diferenciar la estética rural de la estética urbana
es reconocer modos de ser y vivir en el mundo con un mismo grado de
importancia.
¿CÓMO
PODRÍA LA ESTÉTICA PARA LA VIDA CONTRIBUIR AL POSCONFLICTO?
¡¡TUS
COMENTARIOS SON IMPORTANTES!!
[1] La promoción de bienes artístico es
mayoritariamente urbana. Para un enfoque particular revisar el artículo Infraestructura del arte en:
[2] En este cuestionamiento es importante
considerar el origen y desarrollo del Street
Art. Para una ampliación de este tema consultar:
http://forobatartepopular.blogspot.com/2017/06/street-art-o-la-imagen-nomada.html
http://forobatartepopular.blogspot.com/2017/06/street-art-o-la-imagen-nomada.html