Elkin
Bolaño Vásquez
Fundación BAT
Existe un acuerdo en el cual
el arte es reconocido como una capacidad que puede crear realidades cognitivas
y emocionales que bien pueden referirse y originarse en el mundo material, pero
que, sin embargo, no dependen de él. La voluntad artística se sobrecoge con los
temas que le apasionan convirtiéndolos en testimonio de la vida que la
alimenta. Su sensibilidad, influenciada por las variaciones del mundo social,
transfigura su carácter privado en una puesta en escena de motivaciones e
intenciones que configura imágenes con las que la psiquis elabora formas de
actuación en el mundo.
Diferenciar la vida psíquica
de la vida material es reconocer los diferentes modos en que se organizan,
consumen y proyectan, pero también, y especialmente, es distinguir las maneras
con las que se afectan mutuamente, regulando las exigencias, generalmente
arbitrarias, que entre ellas se confabulan. Dicha regulación no es algo que se
forje de manera innata, sino que necesita de esfuerzos que busquen penetrar lo
que se muestra en la inmediatez para visualizar su trama de significados.
Esfuerzo que propende a la reducción de las vulnerabilidades de la vida.
Todo lo anterior expresa
características de lo que aquí llamo simbiosis entre la vida y el arte, pues entre
estos existe una correlación intima que beneficia sus respectivos desarrollos
vitales. ¿Qué sería del arte si la vida se limitara a un proceso monótono que
sólo propendiera por su reproducción biológica? ¿Qué sería de la vida si el
arte no explorara las posibilidades comprensivas de aquel proceso y se limitara
a reproducir imágenes, de experimentado virtuosismo técnico, que sólo hagan
mimesis de lo visible? Ambos, vida y arte, se alimentan de procesos reproductivos
que garantizan su perpetuidad, pero sucede que la reproductibilidad es una
actividad que actúa en, al menos, dos direcciones, con la primera se multiplican
idénticamente algunos aspectos, mientras que con la segunda se adaptan, reconfiguran
y proyectan comportamientos que den respuesta a las novedades que surgen en el
entorno. Pensemos en la necesidad que tuvo el arte para replantearse los modos
en hacer retratos, desde la Mona Lisa hasta la obra de Oscar Muñoz.
Consideremos las posibilidades que se abrieron cuando Antonio Canal (Canaletto)
incluyo el uso de la cámara oscura en su trabajo para reproducir fidedignamente
su Venecia del siglo XVIII: la cámara oscura en tanto antecedente de la cámara
fotográfica y el estudio del calentamiento global al comparar los niveles del
agua de aquella época con los actuales. Otro tanto se encuentra en las
variaciones genéticas que producen los ojos azules o verdes, la pigmentación en
la piel, los colores de cabello o la abundancia o ausencia de vello facial. Todas
son estrategias de adaptación a las circunstancias ambientales.
De esta manera, la simbiosis
entre vida y arte da como resultado estrategias adaptativas que reducen las
fragilidades de la vida, pero que, al mismo tiempo, incluye en el proceso
nuevas necesidades que obligan a la producción de nuevas relaciones,
alimentando persistentemente las riquezas que experimentamos en ambos. Una cosa
es lo que se muestra y otra, muy distinta, las vitalidades bilógicas y semánticas
que, tras lo visible, se potencian. Así la necesidad de perpetuar lo propio en
consonancia con la posibilidad de abrirse a lo nuevo son los dos factores por
los cuales la vida y el arte crean mutua dependencia.
El artista trasciende su
vida biológica cuando la logra transfigurar en imágenes emocionales y semánticas
que proyecten nuevas simbolizaciones sobre el mundo. ¿Acaso no fue lo que
sucedió con los primeros homosapiens
cuando sintetizaron en imágenes las proyecciones de la luz de las fogatas sobre
los muros de las cuevas? ¿No es la creación de imágenes de dioses una forma
simbiótica entre arte y vida?
¿SIENTES QUE LA VOLUNTAD ARTÍSTICA Y LA CONSCIENCIA ESTÉTICA VIVIFICAN
LA SIMBIOSIS ENTRE VIDA Y ARTE?
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