Fundación BAT
Hablar
de la trascendencia de la humanidad es referirse a sus creaciones más sublimes:
el arte, la ciencia y la religión. Y en la base de estás se mueve libremente la
imaginación, pues siempre busca ensanchar las fronteras de aquellas tres. Ella disfruta
de la exploración de lo inalcanzable, del constante movimiento, renovándose y
buscando alternativas a lo habitual. No obstante, su operatividad no siempre
está dirigida al bienestar de la humanidad. Ella también ha sido participe de
las mayores desventuras de la especie humana.
Por
ello el poder imaginativo no es magnífico en sí mismo, porque siempre será
juzgado por las influencias y transformaciones que cause. Todo ello pone en
entredicho las verdades de la ciencia, las bellezas del arte y las bondades del
amor. ¿Acaso la teoría de la relatividad no puso en duda la verdad absoluta o, el
hedonismo no redujo la belleza a la idea de apariencia, o la salvación de almas
no desató guerras religiosas? Estas tergiversaciones imaginaron que sus propias
convicciones estaban por encima de toda idea de humanidad.
La
puesta en entredicho de la imaginación ayuda a indagar sobre su influencia en
el orden social. La imaginación permite poner a disposición lo ausente, lo
indeterminado como una forma de sobreponer y otorgar diversos contenidos a la
realidad agobiante. Si nos atenemos a que la imaginación es un proceso
cognitivo que se distancia de la racionalización del mundo y que al interior de
ella hay un impulso emocional que la guía, entonces podemos suponer que su motor
no lleva implícita la intención de contradecir la realidad, sino de ver la
realidad de forma diferente para atraer equilibrio emocional y, coherencia a las
descripciones y explicaciones de cada vivencia.
En
este sentido, el cultivo de la imaginación tiene un valor significativo para la
empatía social porque ayuda a identificar elementos subyacentes a los
comportamientos humanos y, especialmente, permite ubicarlos en contextos que
generalmente son distantes. La expresión “ponerse en los zapatos de otro” es un
ejemplo tradicional que invita a usar la imaginación para entender las
circunstancias por las cuales las personas reiteran algunas conductas en
detrimento de otras.
“Ponerse
en los zapatos del otro” en tanto sabiduría popular nos conecta con el arte que
aquí analizamos y promovemos. Así,
imaginación y arte popular deambulan en los sustratos de la vida social para
encontrar puntos de fuga y encuentro en los que el espectador descubre debajo
de lo aparente la existencia de una riqueza empática que nos acerca. De esta
manera el arte popular, como uno los infinitos productos de la imaginación,
estimula la comprensión de las motivaciones, las posibilidades de actuación y
las opciones que las enmarcan, para reconocer que las similitudes están
ancladas en las propias entrañas y que las diferencias se relativizan por las
exigencias de los contextos en los que nos desenvolvemos.
Si
la imaginación se enriquece en la diferencia, el arte popular imagina lo
diferente para materializarlo y hacerlo común a todos. Y si lo diferente
también hace parte de cada uno de nosotros, eso quiere decir que tanto la
imaginación como el arte popular nos hacen visibles los problemas y
oportunidades que compartimos. Por ello, las diferencias deben encontrar puntos
de encuentro donde puedan seguir siendo ellas mismas, sin que los acuerdos se
impongan sobre ellas, sino que reconozcan su importancia. Las diferencias
ayudan a moldear las posibilidades del mundo material de las personas y llenan
de significado el mundo interno de las pasiones, las emociones, las
motivaciones y la razón.
Si
se cultiva la potencia positiva de la imaginación, en tanto promueva el
bienestar común y no la imposición de unos sobre otros, podemos concluir que el
arte popular genera espacios de encuentro y reflexión en donde las pasiones,
emociones y motivaciones pueden ser puestas en común para una mejor comprensión
de las dinámicas sociales.
¿USAS TU IMAGINACIÓN COMO UN
INSTRUMENTO SOCIAL O COMO UNA INSPIRACIÓN PERSONAL?