Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador Salón de arte popular
Antes del año 1991 los
conceptos tradición, identidad y cultura tendían a significados peyorativos o
elitistas, según fuere el caso. Los dos primeros eran entendidos como añoranzas
de un pasado vergonzoso del que había que escapar, para alcanzar los beneficios
de la civilización. Referirse a ellos era ir en contravía del progreso
civilizatorio. Mientras cultura, remitía a conocimientos y sentimientos
sublimados por los poderes políticos, económicos o eclesiásticos. A partir de
los cambios históricos mencionados, tradición e identidad no deben sus
significados y valoraciones exclusivamente a los pueblos indígenas y afros, también
comparten algunas influencias del ámbito urbano y cosmopolita, ya que más que
antagonistas, fomentan una complementación que es coherente con las dinámicas
de la sociedad contemporánea.
En este proceso de
reconciliaciones y acuerdos la Fundación BAT se embarca en una idea cuya
realidad era difusa. La preocupación más sentida en el inicio del Salón de arte
popular fue la incertidumbre sobre la existencia o no de artistas empíricos que
estuvieran deseosos de participar en este tipo de certamen. Sin embargo, las
perspectivas fueron superadas ampliamente, abriendo un abanico tanto de
posibilidades como de limitaciones que estaban por fuera de toda proyección.
La aceptación del arte popular
no depende exclusivamente de su participación en el circuito artístico del
país, sino que también depende de otros factores que no se hacen explícitos en
las dinámicas de circulación de los bienes artísticos. Para los artistas que
han contribuido al proceso de consolidación del arte popular en Colombia,
existe un regreso inevitable a las ideas de tradición
e identidad que son los preceptos por los cuales las mayorías demográficas intentan
el reconocimiento y legitimación de sus modos para enfrentar la vida. Sin
embargo, en un seguimiento agudo del resultado del trabajo de estos artistas se
percibe pequeños giros en los que los significados de estos conceptos comienzan
a renovarse. ¿No es una estrategia común reconocer algo en comparación con lo que
no lo es? Si la novedad, no remite a la historia, los pueblos, desde sus
conformaciones, reiteran su pasado. Si la ciudad es un organismo que reproduce
el vértigo de la vida actual, la ruralidad es el nicho de la pausa y la
contemplación. Si la escritura permite conservar el conocimiento de la
humanidad, la oralidad narra los saberes de los antepasados.
Estas comparaciones se
perciben en las obras presentadas en las cinco ediciones del Salón BAT de arte
popular. Y es gracias a las intuiciones de estos artistas que podemos reconocer
la importancia que tiene para la tradición, el proceso de adaptación a las
exigencias del vértigo actual. Ahora su reconocimiento no está a merced de
contrastarse con su contrario, sino que se han incorporado particularidades que
dependen de sí mismas, en tanto folclor, sincretismo, alimentos e indumentaria
que tiene su propio origen, desarrollo y puesta en escena. En este recorrido su
sustrae la posibilidad de la renovación de lo popular, en tanto que se sacude
de las concepciones socioeconómicas, educativas y etnográficas, para incorporar
cualidades que están en el orden cognitivo.
Lo popular no puede seguir
siendo concebido en relación con una postura elitista, tampoco con la
popularidad de un acontecimiento o un personaje. El arte popular demuestra que
existe una capacidad analítica y propositiva que se preocupa por lo que sucede a su alrededor, que no se abstrae en explicaciones institucionalizadas y que reconoce
que hay influencias que deben matizarse para que tradiciones sigan vigentes
como parte del proceso de cohesión de nuestra sociedad.
¿Qué elementos se han renovado
en las obras participantes de los salones de arte popular?