Coordinador Salón de arte popular
Normalmente, cuando nos detenemos a observar
la obra de cualquier artista, nos enfocamos inmediatamente en los
procedimientos técnicos, evaluando tanto fallas como virtudes. Parece que
entender el procedimiento artístico del arte, es la piedra angular que hay que
descubrir. Pero debemos reconocer que ello es una fracción de las abundantes
facetas que ofrece este saber. Tal variedad de conocimientos es el nicho que
interesa particularmente a los conocedores del arte, debido a que pueden ser
fuente de nuevas significaciones. Más esto resulta difícil para el espectador
desprevenido, ya que siempre se inclina por gustos más emotivos, que son los parámetros
por los se acerca o rechaza una obra.
La importancia social de una obra depende de
lo que sociólogo francés Michel Maffesoli define como hedonismo cotidiano: percepción estética básica que ayuda a disfrutar
y compartir placeres entre las personas. Aunque existen lazos comunes entre los
placeres de la vida y el disfrute del arte, para este último hay una exigencia
adicional. Ya no es sostenible la idea de que las producciones artísticas
dependen exclusivamente de la genialidad de los artistas. También se ha
mostrado que la apreciación de lo estético ya no está definida por las teorías
estéticas, sino que obedece a la interrelación directa del individuo con el
objeto cotidiano. Por tanto, el arte y los circuitos artísticos que lo
promueven, deben exorcizar el manto elitista que lo cubre y acercarlo a esferas
en las que los sentimientos hedonistas también encuentren placer en la
comprensión de las novedades que surgen de las incansables búsquedas de los
artistas.
Tal perspectiva acoge lo que el teórico del
arte Juan Acha definió como transemiótica,
es decir, que el arte vale más por lo que
quiere decir que por lo que dice. Para que un mensaje trasemiótico trascienda a un público más amplio, es importante reconocer
que los espectadores no tienen su cerebro como una hoja en blanco que busca que
escritores, poetas o artistas escriban o dibujen cosas en el. Toda persona
tiene amplios conocimientos que están acompañados de convicciones fuertes que
han definido sus gustos. Sin embargo, sus gustos no son una decisión personal e
intima, en ella influye la cultura, la moda y la promoción de los medios
masivos de comunicación y las redes sociales. En este contexto el movimiento
street art, genera una
dinámica vigorosa que lo ha convertido en un arte inclusivo, masivo, de
consciencia social que penetra el hedonismo básico para popularizarse como un
acontecimiento trasemiótico.
Y es que la transformación del paisaje
visual urbano, donde el transeúnte desprevenido es el público más esperado, el
caminante ansioso encuentra grafismos e imágenes que alertan su pensamiento,
sus gustos se adaptan a la nueva experiencia y sus convicciones encuentran
nuevas motivaciones. Con el street art los
muros ya no son murallas de protección y separación, ahora son tableros que
revitalizan la memoria, enunciaciones y gritos visuales que actúan como provocaciones
semánticas que susurran al oído.
He ahí la imagen nómada. Ella siempre encuentra escenarios para estimular las
disconformidades de los transeúntes, para ofrecer nuevas lógicas, para proponer
usos simbólicos innovadores. Ella no se preocupa por comportamientos estandarizados
y políticamente correctos, es más bien un diálogo entre gustos y disgustos, de
apatías y luchas, de informaciones y malentendidos. Ella delimita espacios, genera
territorios de reunión donde la intimidad se confunde con la mirada del otro.
En últimas, la imagen nómada descubre múltiples sinceridades que se transforman
en elementos transemánticos de la vida urbana.
Una imagen nómada con estas señales podría
ayudar en el contrapeso de la teoría de
las ventanas rotas, en la medida en que proyecta nuevos significados a las
ideas de ruina y abandono. Con el street
art ya no hay rincones abandonados y las ruinas se visten con policromías
que vibran en la retina del caminante expectante. El espacio urbano deja de ser
objeto de transito para convertirse en sujeto de admiración, que obliga
a intentar comprender algo que revolotea, la presencia de algo nuevo que se
quiere enunciar, que se quiere presentar. Esa es la fortaleza de la imagen
nómada, caminar tangencialmente por entre los bordes y cuando resbala, no es
una caída, es la oportunidad de recorrer otras orillas. Para ésta nómada, el
camino no está trazado, él emerge de la vivencia, del detalle silente que entra
como estocada en la emoción. Su deambular es una actitud jovial que siempre
permanece en búsqueda de posibilidades que se pueden irradiar disparatadamente.