Por:
Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador
Salón de arte popular
A lo largo de actividades ininterrumpidas del Salón BAT de arte popular se observa que las obras de los artistas empíricos han superado de manera contundente el adjetivo primitivista. El arte realizado a la manera primitivista (naif=inocente) está envestido con el aura de la ingenuidad y de conformismo frente al trabajo terminado. En este tipo de arte se observan dos aspectos claramente identificables, un técnico y el otro semántico. 1. En el conformismo técnico se advierte desinterés por el perfeccionamiento técnico, por la exploración de nuevos materiales y de diferentes herramientas expresivas; 2. Con los conformismos semánticos se aprecia una visión romántica y nostálgica de las tradiciones de los pueblos.
El hábito en la
elaboración del trabajo primitivista, se muestra como una formula artística que
identifica su origen en la cultura vernácula y en un nivel económico humilde.
Asimismo presupone niveles de educación básica (por lo menos en el aprendizaje
artístico), que justifican la noción de
un arte puro porque no obedece a los preceptos dominantes de la historia y la
teoría del arte. Si bien este hábito está directamente relacionado con las preferencias
sociales, en cuanto a lo que es aceptado como arte, también es cierto que al
convertirse en la fuente económica del sostenimiento familiar, es normal que se
sostenga la misma manera de producción, de modo que se garantiza el bienestar
familiar.
En este sentido,
no debemos olvidarnos que los artistas primitivistas gozan de un mercado de
prestigios, que aunque generalmente no alcanza los medios masivos de
comunicación, ratifican el reconocimiento y el valor cultural que tiene esta
forma de arte. Además, son personas que aportan connotaciones positivas al
barrio, al pueblo, al municipio y a la región de las que son originarias. Esto
supone, de manera simplista, que el artista primitivista está inmerso en
espacio de transición que va de la vida rural a la convivencia urbana, de la
tradición de los pueblos a las renovaciones cosmopolitas. En fin, de la
parsimonia del tiempo a la aceleración cardiaca de cada momento.
Contrario
a lo anterior, el Salón BAT de arte popular invita a los artistas empíricos a
que inicien investigaciones relacionadas con sus fuentes primarias, esto es, el
contexto sociocultural, la historia, la política, la religión o cualquier otro
tema que tenga relación con las regiones que construyen en gran compendio del
ser colombiano.
Tales
indagaciones, han consolidado una estructura conceptual coherente con la propia
realidad, además de ofrecer mayores recursos para la comprensión de lo que
implica la idea de lo popular. Esto quiere decir, que el arte popular es un
saber hacer que busca, en el capital simbólico de la vida diaria y la tradición
de la cultura popular, nuevos significados para fomentar sentido de pertenencia
en la sociedad.
Tomemos con
ejemplo la manera como se ha trasformado la representación del tema de la
violencia. En la primera versión se exhibieron obras cuyas imágenes eran
crudas, grotescas, con desmembramientos y sangre salpicando por doquier. Obras
que se convertían en documentos históricos de masacres recientes donde el
dolor, la angustia y la desesperanza se podían sentir, incluso herir los
sentimientos del espectador (Bojayá). En estas obras son muy fuertes los
sentimientos de desarraigo, el dejar de pertenecer a una familia, a una
comunidad. Se percibe sentimientos de
desesperanza, también se muestra que las comunidades y personas que sufrieron
estos actos violentos, marchitaron tanto su espíritu como sus visiones de
futuro. Estas representaciones de la violencia se convirtieron en prueba
indiscutible de la deshumanización de los actores armados.
Sin embargo, en
el recorrido de las siguientes versiones, las obras que se refieren a la
violencia, construyen representaciones con contenidos emocionales distintos.
Encontramos en estas obras una suerte de humanización de las víctimas. El
anonimato desaparece, ya no son un número estadístico, ahora son nombradas y
referidas como miembros queridos de una comunidad, el sentido de pertenencia revive
y la esperanza es el sentimiento que los vincula y une como comunidad. En ese
sentido, a lo largo de 12 años, el arte popular pasó del periodo de la
violencia del desarraigo y la desesperanza, para renovarse con sentimientos de
reivindicación social, que no es otra cosa que mirar de frente los propios
temores para reencontrarse con la esperanza. Hay una elaboración del duelo, que
no parte de la angustia, sino de la visión de reconstruir, del anhelo de
reencontrar una historia que fue arrebatada.
Con este ejemplo
enmarcado en los modos como se percibe las consecuencia de la violencia, se
demuestra que el arte popular se aleja de cualquier conformismo semántico, que
es una característica del arte primitivista, para convertirse en una especie de
sismógrafo comportamental, que es capaz de detectar pequeñas variaciones
emocionales e interpretativas que se experimentan en la reorganización
constante de la vida diaria.