Por: Elkin Bolaño
Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
Por: Elkin Bolaño
Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo.
Fundación BAT
La historia de la especie humana está relatada según los
desenlaces en los campos de batalla que, a partir del dominio y la destrucción,
configuraron imaginarios, mitos y creencias que estimulan las fibras más
sensibles. Aquellas que hacen que los pueblos y personas desarrollen determinados
placeres, expectativas y disputas.
En Colombia los campos de batalla trascienden todos los límites temporales y de deshumanización, creando actitudes bizarras que permiten que sea posible que los que han sufrido directamente los horrores de la guerra no se les reconozca su derecho a llevar una vida sin la violencia que se produce por la confrontación de grupos armados, cuando gana el NO en el plebiscito de 2016, o que un par de hermanos se conviertan en enemigos a muerte porque uno decide calzar las botas de caucho de la ideología subversiva, mientras el otro prefiere la legitimidad que provee el Ejército Nacional, trama central de la película La primera noche o que los niños tengan que crecer huérfanos, jugar en campos minados y no asistir al colegio porque ha sido convertido campamento militar, como relata la película Los colores de la montaña.
En una historia como la de Colombia la peste del olvido, decretada por García Márquez, superó todo artilugio literario para convertirse en una justificación que sirve de válvula de escape que ayuda a encontrar distintas formas de equilibrio de la vida cotidiana. Ejemplo de ello serían los Alabaos porque al mismo tiempo que es una expresión poética que le canta al dolor mientras se baila para exorcizar la pesadumbre de la comunidad, se siente un regocijo que se transforma en sosiego, en momento que calma la tristeza por la pérdida. Es probable que en esta poética delirante y amorosa se pueda encontrar una explicación del por qué un colombiano puede reírse a carcajadas mientras está en un sepelio.
Hoy La peste del olvido debe ser reemplazada por una Épica de la paz, como la describe el profesor Carlos Satizabal, para construir el gran relato nacional de las víctimas, de los combatientes, de los que dejaron las armas, en otras palabras, de los que les tocó experimentar el olor de la sangre mezclada con pólvora.
Construir esa épica ayudará a que el delirio que teje las filigranas de nuestra cultura se deshilvane para tejer una nueva cultura que configure nuevas creencias y rituales, pero especialmente, que permita confeccionar otros mitos fundacionales que superen los de la Guerra Independentista, la Patria Boba, el Frente Nacional, la República de Marquetalia, la Refundación del Estado y el Acuerdo de Ralito, lo quiere decir que debemos sobreponernos la idea de un mito único y unificador y proyectar múltiples mitos que den cuenta de las distintas diversidades con las que convivimos, con sus potenciales divergencias y articulaciones y que al mismo tiempo se entretejan con las indagaciones del teatro, la música, las artes plásticas la fotografía, el cine, la danza y la literatura para crear otro tipo de ilusiones que vayan más allá de las polarizaciones que se sostienen por odios heredados, con causas enrarecidas e imposibles de rastrear.
La cultura traza márgenes para la comprensión
de la realidad. En ella se entrecruzan mitos fundacionales, creencias, rituales
sin los cuales no hay posibilidades que exista cohesión social. En este
sentido, la cultura es aquella que opera en los procesos simbólicos que
producen cierto tipo de expresión folclórica, festividades y patronos, música y
formas de hablar, lo que hace que se repliquen automáticamente maneras de
actuar en el mundo y, por tanto, formas de enfrentarse a sus vicisitudes. Y al
ser el arte parte del desarrollo simbólico humano y construcción metafórica que
discute y renueva las dinámicas culturales, tiene una tarea destacada para
perfilar la Épica de la paz.
Todas las manifestaciones artísticas vienen abordando la complejidad de nuestro delirio cultural abriendo la puerta para la ilusión artística, que es un recurso palpable y vital para construir la Épica de la paz. Y es que las pesquizas que hace el arte muchas veces llevan a los artistas a experimentar momentos peligrosos, donde la metáfora, la ficción y la realidad se entremezclan sin que se puedan diferenciar, exigiendo procesos cognitivos que puedan traducir esas situaciones en piezas artísticas. En consecuencia, para superar el delirio cultural que nos posee debemos dejarnos contagiar por esa épica que, desde hace varias décadas, viene gestando desprevenidamente el mundo de las artes.
Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador
educativo. Fundación BAT
Existe un trabajo silencioso que ahora, gracias a los avances tecnológicos y de la neurociencia, se puede reconocer como destellos en el cerebro de un artista cuando intenta desnudar la paradoja, la belleza y la vitalidad de acontecimientos que han captado su atención. Sin embargo, esos destellos neuronales no explican como se producen las conexiones entre las informaciones que se usan y descartar aleatoriamente, ni mucho menos, la seguidilla de elecciones para determinado resultado. Lo que queda claro es que toda manifestación artística desarrolla ese trabajo silencioso que, sin menoscabos, se acepta como una manifestación cognitiva imperfecta, limitada y sublime que anhela afectar otras mentes.
La
tarea de la traducción artística, es un esfuerzo que requiere transitar por una
serie de interconexiones neuronales debido a un sin fin de estímulos que capta
del mundo exterior y que se recrean en el mundo interior, donde se intentan
conciliar las emociones, las reflexiones, los aprendizajes y los errores. Dicha
tarea puede explicarse parcialmente si se considera el proceso autopoiético descubierto
por los biólogos Humberto Maturana y Francisco Valera en los sistemas
biológicos, y que ofrecen nuevas alternativas de comprensión sobre los sistemas
con los que interactúa la especie humana. En la autopoiesis, los investigadores
identifican como actividad fundamental a la espontaneidad.
En
el libro De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organización de
lo vivo, explican que la
espontaneidad puede ser vista de dos maneras. La primera de ellas es “la aparición de un nuevo dominio relacional
que antes no existía, que surge como unidad definida y que tiene propiedades
como sistema que no se pueden deducir de sus componentes” (p.28). Aplicado a la
producción del arte supone entender el trabajo terminado, la obra, como un
sistema que se vale por sí mismo y que no puede ser explicado o estar contenido
exclusivamente en el carácter o las circunstancias biográficas que se le pueden
atribuir a sus autores.
Entendida así, la traducción artística viene a ser el resultado de una
espontaneidad que se alimenta de los sistemas cognitivo, sociocultural y
circunstancial del artista para producir una obra que puede ser parte de
cualquiera de ellos, pero sin restringirse a ninguno. La segunda consecuencia
de la espontaneidad es “que se genera una asimetría en el suceder” porque al
convertirse, la obra acabada, en un nuevo sistema “aparecen nuevos dominios
relacionales” (p.28) que se expresan en la amplitud semántica que se genera por
las interpretaciones.
Por ello, la voluntad artística debe reconocerse como una actividad que traduce una compleja gama de variables, contextos y obstáculos que se sintetiza en una serie de configuraciones simbólicas que enuncia y proyecta nuevos dominios semánticos. En esta traducción la espontaneidad fluye en armonía con la intuición, que a su vez anticipa y nutre el potencial creativo del artista, quien termina por transformar las pequeñas variaciones conceptuales y afectivas, en contenidos psicológicos y metafóricos que se pueden materializar en un objeto artístico.
Es
preciso considerar que toda traducción artística gradúa su fuerza vital, debido
a que no es comparable la energía que se requiere en el primer impulso, con la
necesaria para definir un modelo de acción, o con la energía que se utiliza en
el perfeccionamiento y la ponderación de los detalles y los acabados finales.
La primera de las energías sería la de la espontaneidad, que puede ser
avasalladora y también reactiva, por eso es necesaria la intuición, para filtrarla
e incorporar un proceso selectivo que, como segunda energía que interviene,
allana el camino para el trabajo reflexivo y resolutivo de la creatividad que
tiende a ser más largo y agotador. En todo caso, esta traducción precisa
comprender que sus éxitos y errores se envuelven en una fina bruma de imágenes
del pasado que es uno de los tantos sistemas que usa el arte para sus
objetivos.
Aunque
es muy difícil aceptar que puedan surgir sistemas de interpretación y comportamental
independientes de las rutinas de la cotidianidad, basta recordar aquellos momentos
que respondemos intempestivamente y contrario al propio carácter, sin que,
posteriormente, se tenga la capacidad de explicar tal reacción. Aquí operan la
espontaneidad, la intuición y la interpretación impulsadas, posiblemente, por
una tergiversación de la situación. En el caso de la traducción artística la
respuesta es lenta, tal como se explica en el uso gradual de la energía. Por
ello, esta traducción sugiere un sistema de valores que condicionan los comportamientos
del accionar artístico para traducir realidades psicológicas en realidades
simbólicas, influenciando la espontaneidad de la vida cotidiana, al entusiasmarse
por el descubrimiento de lo que no es visible a primera vista.
Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador educativo. Fundación BAT
Las últimas noticias sobre los desarrollos de la Inteligencia artificial (IA) han abierto un debate público mundial de cuáles podrían ser los trabajos que tenderían a desaparecer y como consenso general se inclina la balanza por aquellos altamente estandarizados. Sin embargo, con la aparición de DALL-E que crea imágenes inéditas en segundos o la IA LAMDA que contrató a un abogado para que defendiera sus derechos como persona o ROSS el primer robot abogado que litiga usando inteligencia artificial, el tema se extendió hasta las percepciones sensibles (interocepción) y el pensamiento creativo que aún se asignan, casi de manera exclusiva, a la especie humana.
Estas transformaciones suceden cuando se ha identificado un cambio antropológico en las generaciones recientes debido a que tienden intuitivamente a la “construcción social de la realidad”, mientras que en las generaciones anteriores predomina la “realidad adaptada a los intereses individuales". Y en medio de estas dos circunstancias, como lo explica Heinz Bude en su libro, La sociedad del miedo, se desarrolla una sociedad que “se compone de gente que se ocupa de aplicar el saber y de producir significados” (p.76). En tal sentido, cabe preguntarse ¿cuál es el rol de los artistas en la aplicación y la producción de significados?
Como se sabe, los significados ganan o pierden valor en la medida en que se alimentan de diversas interpretaciones y usos, pero sus posibilidades de permanecer se deben especialmente a sus potenciales para introducirse en la cotidianidad social, donde rara vez se cuestionan. Por ello, la importancia de considerar las distintas formas de construir la realidad porque ello implica diversas maneras de asumir o enfrentar las aplicaciones y valoraciones en los usos de las IA, es decir, como individuos aislados o como comunidad.
Aunque se acepte que aplicar y producir significados deviene algún tipo de privilegio para algunos segmentos sociales, ello no garantiza una apropiación exclusiva, debido a que son actividades que dependen del tipo de conocimiento que adquiere preponderancia en un momento específico, lo que obliga a que las valoraciones fluctúen o sean fugaces y, por tanto, el reconocimiento de esos grupos sociales se intercambia entre unos y otros, lo que lleva a la creación excesiva de significados que aspiran a presentarse como valor inmaterial del saber y, por tanto, a convertirse en bienes simbólicos.
Pero si la lucha está en mantenerse dentro de las corrientes de tal exceso, es fácil conjeturar que ya tenemos la batalla perdida con las IA. Ya no sólo hablamos de crear tendencias, necesidades o comodidades, sino de la velocidad para producirlas y consumirlas. En consecuencia, el quehacer humano comienza a perder referencias y el trabajo como paradigma en la creación de sentidos de vida, se desvanece. Y de esto no se escapa el arte que opera bajo las condiciones del mercado o el que caza prestigios. Por ello, como lo explica Bude: “el miedo es el principio que tiene una validez absoluta una vez que todos los demás principios se han vuelto relativos” (p.14), porque las valoraciones y los significados planteados desde el arte también pueden gestarse desde otras maneras de asumir las realidades personales y colectivas. En otras palabras, la realidad que nos se aparece y presiona cotidianamente se hace relativa y obliga a apropiarnos de significados para fluir con ella.
De tal manera que ROSS, el robot abogado, es un ejemplo de lo que sucede con otras IA a las que se las puede considerar artistas, incluso en la danza, porque el movimiento del cuerpo se puede expresar por medio de un holograma. Así, el artista que sufre el síndrome de la hoja en blanco, que siente fatiga, que tiene dolores y manías, que necesita descansar, no podrá mantener el ritmo de las IA diseñadas con procesos cognitivos de características creativas.
A pesar del pesimismo que se puede interpretar en este artículo no debemos olvidar las suposiciones que justifican las películas futuristas distópicas, en las que el ser humano siempre logra generar actividades inimaginables que desarrollan algún sentido de vida, al tiempo que permiten desarrollar distintas cotidianidades con las IA. Porque, al fin de cuentas, la especie humana tiene necesidades que debe suplir de cualquier forma y motivaciones como el miedo o el dolor (nocicepción) que debe enfrentar, mientras que las IA están condicionadas a algoritmos que autocontienen su única necesidad de aplicar y producir conocimientos al infinito.
De tal forma, que producir arte en esta situación sociohistórica es una tarea que sobrepasa las pretensiones del ego autocomplaciente, para abrirse alternativas con características sinestésicas, que se sobreponen a la elocuencia algorítmica de las IA, mientras permiten desarrollar la intuición creativa de los artistas. Esto es, dar respuesta a las necesidades, el miedo y el dolor. En todo caso, el futuro del rol de los artistas, teniendo dentro del campo de acción a las IA, es una aporía a la que podría aplicarse la navaja de Ockham. Pero también puede considerarse como un asunto similar al gato de Schrödinger. No obstante, lo único cierto es que la obsesión de la especie humana por alejarse de lo que lo vincula a la naturaleza, en la búsqueda del posthumanismo, irremediablemente hace que este tema tenga un presente que afecta a las generaciones que conviven con distintas expresiones de realidad.
Coordinador educativo. Fundación BAT
Colombia vive un momento trascendental que abre oportunidades para observar los distintos dilemas de nuestra historia, a través de elementos transversales que ofrecen otras formas de explicar y entender. La paz es, a la vez, germen y objetivo que no solo requiere de las voluntades políticas y económicas que crean un imaginario grandilocuente, como una forma de metarrelato desde el cual todo es justificable. Como germen, la paz también depende de las dinámicas culturales en las que se desarrolla las comunidades, donde los comportamientos y las formas de abordar los problemas se sustentan en tradiciones y creencias, en saberes y costumbres que generan ciudadanías disímiles que buscan reivindicar sus cosmovisiones a través de derechos, lo que evidencia que para que se geste un cambio social debe haber sincronía entre lo político, lo económico y lo cultural.
Las ciudadanías disímiles crean sus propias formas de enunciación, que muchas veces sobrepasan los modos culturales, al tiempo que promueven coyunturas que, para ser subsanadas, necesitan de cambios donde se ponen en juego la permanencia de comportamientos y significados que deben buscar coherencia con las nuevas dinámicas que impone el mundo globalizado, aspectos indispensables para la paz y que puede ser abordados por la mirada complementaria que se desarrolla entre la cultura y el arte. Si bien, no todo lo vivenciado en la cultura connota un fin artístico, es importante destacar que todo lo artístico tiene implicaciones culturales fundantes.
La cultura y el arte se reconocen como elementos transversales que ofrecen alternativas comprensivas e inclusivas de aquellas voces marginadas que no han encontrado eco en la mayoría de los estamentos sociales. Reconocimiento que se ha hecho manifiesto en las distintas convocatorias del Salón BAT y que en esta séptima versión se hace más palpable porque artistas de territorios PDET, de la población carcelaria y de comunidades étnicas están demostrando tener las habilidades y conocimientos para expresar lo que la sociedad colombiana ha preferido no escuchar.
Otro tanto nos ofrece la relación de la cultura y el arte cuando entendemos la paz como objetivo. La búsqueda de mejores formas de vida, la esperanza de un futuro promisorio y la creatividad como herramienta que favorece las dos anteriores, ya no pueden ser vistas como actitudes singulares, sino que deben ser entendidas como actitudes que se nutren de pluralidades, lo que ofrece la oportunidad de abordar las complejidades sociales de maneras no convencionales. En tal sentido, la diversidad se convierte en mecanismo de encuentro, diálogo y reivindicación, que ayuda a transformar las realidades simbólicas.
La misma fluctuación que tiene la paz como germen y como objetivo es la misma que ofrece el arte desde tiempos inmemoriales. El arte es germen porque siempre abre un espectro de posibilidades que ponen en tensión lo que parece inamovible para la mayoría, convirtiéndose en testigo y testimonio de la aparición de nuevas realidades simbólicas. El arte es objetivo porque cuando logra su materialización extiende hilos conectores que permiten tejer nuevos significados, sensibilidades y enunciaciones, elementos polivalentes que amplían los sentidos y los puntos de vista para abordar la paz desde lo colectivo.
El arte y la paz son elementos transversales que, sin ser antagonistas de ideologías políticas y económicas, ofrecen alternativas comprensivas e inclusivas de comunidades y cosmovisiones marginadas que no han encontrado eco en los distintos estamentos sociales porque sus saberes y maneras de asumir las dinámicas sociales se estigmatizan como discordantes. El arte y la paz legitiman prácticas y saberes que no actúan a espaldas de las condiciones de legalidad, sino que desde sus comprensiones de derechos ciudadanos buscan ser incorporadas y reconocidas. El potencial trasversal de las relaciones que se gestan entre el arte y la paz se evidencia en la reproducción y la renovación de los imaginarios colectivos, es decir, en la aceptación tácita y la repetición algunas conductas en equilibrio con la aparición e incorporación de novedades semánticas que hacen ajustes en las realidades simbólicas sociales, influyendo directamente en la creación de nuevas ciudadanías.
Por: Elkin Bolaño
Vásquez
Coordinador
Educativo. Fundación BAT
Santuarios vitales se compone de los trabajos que resaltan aquellos
espacios y circunstancias donde la vida fluye sin traumatismos; Hábitats
dolientes hace énfasis en las obras donde la naturaleza recibe heridas
irreparables por parte de la especie humana y que tiene una cercanía profunda
con Luchas
paradójicas al presentar las preocupaciones de algunos de los artistas que
representan los esfuerzos de las personas por la supervivencia y por la
aspiración de una vida digna, pero en la que sus mismas acciones terminan por
deteriorar aquello que las sustenta. Resistentes y nómadas reúne todas
las obras relacionada con animales y que, como es de conocimiento general,
tienen que adaptarse a las transformaciones de sus hábitats.
Otro tanto nos ofrece Adaptaciones mitológicas
donde las apropiaciones de mitos, tanto ancestrales como contemporáneos, exaltan
la importancia de estas realidades simbólicas que se adecúan a las
particularidades culturales, geográficas y temporales de las comunidades,
regiones y países. Realidades simbólicas que tienen matices de añoranza que
parecen confundirse con el deseo de un futuro bucólico, se hacen evidentes en Miradas
territoriales, de artistas provenientes de municipios PDET, al tiempo
que tiene una fuerte proximidad con Libertades transformadoras en las
que reclusos de algunas cárceles nos recuerdan la importancia del arte como una
herramienta testimonial que disuade de los complejos conflictos que vive esta
población al potenciar la escucha, la voz y las realidades simbólicas de sus
circunstancias.
El Gran Salón BAT de arte popular, asume una
postura ecosistémica a través del trabajo investigativo y artístico que debían
hacer los artistas en torno al tema medioambiental. También porque acoge sin
restricciones las ciudadanías disímiles que no se sienten representadas en los
metarrelatos nacionales, donde sus cosmovisiones son respetables desde la
pluralidad del arte, como preámbulo de la democratización de sus potenciales,
debido a que descubren fisuras en los mitos fundacionales de nuestro país y
crea espacios para la convivencia de los relatos de las comunidades. Esto
explica que la realidad simbólica de la población carcelaria tiene el mismo
valor testimonial que la población urbana, étnica o LGBTIQ+, en la medida en
que las obras de artistas de distintas latitudes, posibilidades
socioeconómicas, niveles educativos, generaciones, gastronomía y clima, permite
la creación de diversas líneas narrativas desde las cuales, los espectadores tomen
consciencia de la pluralidad que constituye a nuestro país. Especialmente
porque tal pluralidad no es sólo étnica, cultural o sexual, sino también
ambiental por su enorme biodiversidad.
La apropiación que hace el Salón BAT de una postura
ecosistémica, entendida como una la comprensión holística del ser humano que
considera los factores sociales, económicos y culturales inherentes a su vida,
insiste en que las valoraciones horizontales entre el trabajo investigativo y
creativo de los artistas empíricos, las lecturas cruzadas de las reflexiones
museológicas, académicas y pedagógicas, la reivindicación de las capacidades
artísticas de comunidades marginadas, las interpretaciones de las distintas
formas de ciudadanía, la aparición de microrrelatos que constituyen nuevas
formas de identidad comunitaria, deben reconocerse como elementos trasversales
que demuestran que al darle voz a los que no han sido escuchados, al facilitar
la enunciación de lo que no se sabe decir con palabras, abre posibilidades para
una sociedad más equitativa y prospera.
Por: Elkin Bolaño Vásquez
Coordinador Educativo. Fundación BAT
Pasaron 18 años para que el Museo Nacional abriera nuevamente sus
espacios de exposición al Salón BAT de arte popular. Sin embargo, se encuentran
algunas similitudes y situaciones particulares que no debemos pasar por alto.
En el 2004, primera versión del Salón BAT, el Museo Nacional usa su Sala
de Exposiciones temporales, pero por las 200 obras escogidas, tomaron la
decisión de dividir la exposición en dos, la primera en diciembre y la segunda
en enero de 2005. En ese mismo período también estaba abierto al público, en
Bogotá, el Salón Nacional de Artistas, lo cual suscitó comparaciones a favor y
en contra para ambos certámenes, especialmente porque en ambas exposiciones
repetían 2 artistas.
Ahora, la séptima versión, regresa al Museo Nacional en condiciones distintas, pero con algunas similitudes. En esta ocasión se escogieron 153 obras, las cuales exigieron la división de la exposición en dos instituciones. En el Museo Nacional se exhiben 92 obras distribuidas, a su vez, en dos salas y las 61 restantes son acogidas en el Museo Colonial. Adicionalmente, el Salón Nacional de artistas y el Salón BAT se encuentran juntos en el Museo Nacional permitiendo lecturas cruzadas entre uno y otro. El primero tiene como eje transversal al río Magdalena, mientras que el segundo presenta indagaciones sobre la relación de Colombia con el medio ambiente. En ambos casos se observan aproximaciones desde lo histórico, lo económico, lo político, lo cultural, la reivindicación y la denuncia.
Otra situación particular tiene que ver con la preponderancia que alcanzaron algunas obras de artistas recluidos en distintas cárceles del país, que después de exhibir en las exposiciones regionales de selección, lograron pasar 9 al Gran Salón, de los cuales dos obtuvieron premio. Reconocimientos que denotan el enorme potencial artístico que circula en esta población. Situación que tiene una valoración adicional porque el edificio del Museo Nacional era originalmente el Panóptico de Cundinamarca, el cual se esperaba oficializar su cambio de función, el 9 de abril de 1948, en el marco de IX Conferencia Panamericana, día que se convirtió en un hito histórico para nuestro país.
Este antiguo panóptico ve surgir artistas que por su reclusión no pueden
tener acceso a las diversas opciones que ofrecen los circuitos artísticos del
país. De hecho, no usan las expresiones obra o artista para referirse a sus
trabajos o a sí mismos, lo que se convierte en una situación que demuestra que
para producir arte se requiere de una cierta voluntad que se sobrepone a
cualquier circunstancia, porque la necesidad que prevalece es la de crear recursos
simbólicos que permitan decir lo que la rabia, la frustración, el
arrepentimiento o la resignación no saben. Por ello, dentro la propuesta
curatorial con la que se organiza las múltiples narrativas que desarrollaron
los artistas sobre la relación entre Colombia y el medio ambiente, se destaca
el capítulo Libertades transformadas porque, para el estado de los
reclusos, supone una valoración que sobrepasa los significados que se les
atribuyen a esos hábitats rigurosamente custodiados.
En este caso, cuando se habla de libertad creativa o artística no es
solo una cuestión de intentar resolver el qué y el cómo de lo que
se espera hacer, sino que implica procesos cognitivos profundos que logran
pasar a segundo y tercer plano la realidad material que se vive. Los
pensamientos y sentimientos se adecúan a esas realidades simbólicas que surgen
del arte y que se convierten en sosiego que alimentan posibilidades expresivas
que sólo se descubre por la dificultad de adaptarse al mundo externo.
Las Libertades
transformadas no deben considerarse meras válvulas de escape, aunque
cumplan esa función, sino que también son potenciales que permiten descubrir
otras formas de reconectarse con ese mundo exterior que, en sus inmanejables
complejidades, aún tienen deudas que deben resarcir. Por ello, confiamos que la
participación y los reconocimientos ganados en el VII Salón BAT de arte
popular, más el regreso al Museo Nacional y la acogida del Museo Colonial, les
permita ver en el arte una herramienta que ayude a descubrir y crear formas de
subsanar lo que está pendiente.